martes, 11 de junio de 2013

Sobre las escenas del análisis

Sobre las escenas del análisis, escenas de transferencia, transferencias en escena. Escenas inasibles, lejanas y actuales. La presencia y la abstinencia del analista las convocan.Éste se dejará tomar por las palabras del paciente que lo envuelven como objeto, objeto de transferencia, dejándose sorprender por el decurso de las asociaciones del sujeto; del lado del paciente, se lo insta a decirlo todo, sobre todo lo que no pensaba decir: dolores impensados, repetitivos, insistentes. Odios, amores que llevan a alguien a pedir un análisis. Del lado del paciente: demanda de alivio al exceso de sufrimiento ¿Cómo acotarlo? Ante el pedido de auxilio del paciente el analista responde de una manera, por lo menos, extraña: "hable". Puesta en escena del síntoma donde Eso habla. El carácter, ese gran invitado de la miseria neurótica, también es parlanchín. Tamaña noción la de escena para el psicoanálisis: la "Otra escena", aquella en donde Freud, siguiendo a Fechner, nos dice que los sueños transcurren; la escena de la fantasía, con sus libretos escritos en clave de sexualidad infantil; la puesta en escena del acting out, allí donde los libretos no llegan a escribirse y son actuados en el plano de la realidad. ¿Cuál? Partida de ajedrez extraña, el análisis se juega en el particular acuerdo, bucle de demandas asimétricas, en donde de un lado se pide alivio al sufrimiento que -por lo general- ha devenido insoportable y del otro se insta a aquel que sufre a que nos traiga en palabras las escenas de su dolor: "Antes de que yo pueda decirle nada, debo saber mucho de usted, hable, cuénteme", solía decir Freud. Cuénteme, téngame en cuenta, úseme como objeto transferencial de las escenas de su realidad psíquica, transfiérame sus escenas teniendo la confianza de que no las actuaré, sólo las interpretaré, de modo tal que puedan encontrar otro destino que el de la repetición funesta que hace inhibición, síntoma, angustia. Freud se encuentra la transferencia, se tropieza con ella, es a su pesar. En la habitación en penumbras de los míticos tiempos de la hipnosis la transferencia se le revela como se nos revela ese mueble en una habitación a oscuras...una vez que estampamos el dedo chiquito del pie contra él! Freud y Breuer, dos guerreros batallando en el terreno de las escenas de la histeria; escenas transferenciales inundadas de erotismo, seducción y horror. Breuer no lo soportó. Huyó espantado ante el aroma incestuoso y embriagador de la transferencia de Anna O. Freud decidió quedarse a escuchar: pudo entender. No actuó la huida porque pudo entender. Cercano ya al final de su vida, que en este caso coincide con el final de una obra (Mi vida solo tiene interés en relación con el psicoanálisis, llegará a decir el maestro) Freud asevera que la transferencia es aquello que de un psicoanálisis nunca se olvida. Hacer experiencia de un análisis implica, entonces, ese movimiento en el que el paciente es sujeto de transferencia. El paciente transfiere sus objetos, sus rasgos patológicos del carácter -ese demonio hecho de rigideces que testimonia petrificadamente los problemas de relación con los otros-, sus tendencias inutilizables, los modos de relación con los primeros objetos. Escenas del análisis donde, a la manera de las buenas novelas policiales, lo central aparece dislocado, en la periferia. El modelo de la transferencia neurótica es el del síntoma, el del acto fallido, el del sueño. Fenómeno universal, la escena transferencial es producida a la vez por el dispositivo analítico. Paradoja a sostener. Escenas del análisis, universales y a la vez únicas, propias de la singularidad de la historia de cada quien. La práctica de la hipnosis le muestra a Freud, primero, que el síntoma estaba hecho de recuerdos. Particular modo de recordar aquellas escenas olvidadas.Cómo no olvidarlas si correspondían a -pensó inicialmente Freud- escenas reales de seducción. Dos personajes como mínimo en estas escenas: la paciente y el padre o un sustituto. Primer gran escándalo freudiano: la histeria no responde en su etiología a ningún útero fuera de lugar ni a posesión demoníaca alguna. Más que útero dilocado se trata de recuerdos dislocados. Algo de aquello pasado, olvidado, sexual aparece trasladado al síntoma, disfrazado, velado y a la vez revelado en la formación sintomática. Si el síntoma cuenta la historia de los amores incestuosos, la terapéutica, por lógica, debe pasar por la posibilidad de recordar. La hipnósis busca rescatar del olvido. Caídos los cimientos de la teoría traumática Freud no se dejó vencer por la adversidad y efectuó un pasaje realmente formidable: de la escena real de seducción a la fantasía de seducción como causa del síntoma; de la hipnosis al método analítico, de la realidad material al fantasma y al sueño; realidad psíquica que aparece teniendo el mismo orden de determinación que la realidad material; idea del inconciente como existente concreto, espacio donde ciertas escenas ocurren teniendo el mismo orden de determinación que las ecenas de la realidad material ¿o más aun? Si el inconsciente, entonces, no tiene miramiento por la realidad externa el deseo en él aparece como realizado; el deseo en el inconsciente equivale a su realización. La histeria y el sueño le enseñan eso a Freud, que sin dudas logra extraer de ellos su enseñanza.