domingo, 6 de noviembre de 2011

Algunas notas sobre el espacio analítico

       Este escrito surge como un intento de puesta en cuestión, de continuar la impronta freudiana de permanente interrogación sobre aquello que define el quehacer del analista en su acto, de un permanente intento de dar cuenta de la implicación en aquello que sostenemos como práctica.
        Un primer punto que nos interroga, y la cuestión no es nueva: ¿qué es lo que permite situar una determinada práctica como enmarcada dentro del psicoanálisis? Dicho de otro modo: ¿qué es lo que permite a alguien sostener que algo es psicoanálisis o no lo es? ¿Podría caracterizarse el psicoanálisis, por ejemplo, por el uso del diván? Al respecto, Juan David Nasio sugiere que lo indispensable para considerar una práctica como psicoanalítica es el acto inaugural en donde es enunciada la regla fundamental.
       La cuestión, entonces, insiste: ¿Qué caracteriza a determinado espacio como analítico, qué es lo propio del análisis? ¿La transferencia? ¿Es la frecuencia de sesiones semanales? Lo propio del análisis es el Método analítico: recordemos a Freud: el análisis es para él:
1-      un método de investigación para indagar los procesos anímicos inconscientes
2-      una terapéutica
3-      una teoría

Notemos entonces, y la cuestión es firmemente resaltada por Laplanche, que lo que se ubica en primer lugar es la cuestión del método cuya implementación coincide con el punto 2. De allí que Freud sostuviera el lazo entre terapéutica e investigación.

 Entonces se podría pensar: hay potencialidad de análisis a partir de que el analista enuncia la REGLA FUNDAMENTAL del método, a partir de que aquello que da sostén lógico al método es enunciado por alguien.

-          Sobre el uso del diván: ¿cuál es su lógica?
a-      al salirse el analista fuera del campo visual del paciente va a promover la emergencia de imágenes en el paciente, puesta en escena de otro tipo de representaciones a las verbales. Aunque, por supuesto, no sin ellas.
b-      Acotamiento de lo imaginario en provecho de una apuesta a la emergencia de lo simbólico, acotamiento de la pulsión escópica (tanto para el paciente como para el analista) que promueve el despliegue de la red asociativa (aunque no lo garantiza)
Sostenemos la idea de que el pasaje de un paciente al diván no depende del tiempo cronológico dado por una determinada cantidad de entrevistas más o menos estipulado de antemano. Sino de un momento lógico en el que el analista lee principalmente tres cosas en el discurso del paciente:
1-      una pregunta del sujeto en relación al sufrimiento que lo atraviesa y a su implicación en el mismo
2-      el deseo en el sujeto de analizarse
3-      Un determinado movimiento subjetivo que ubica al analista como el otro de la transferencia, es decir del amor.

Esto implica que el pasaje de un paciente al diván no es un acto administrativo, es un acto simbólico, inaugural. ¿Es allí donde comienza el tratamiento? No necesariamente. El inicio del tratamiento es un momento lógico, tal vez, sólo situable a posteriori.

Sobre el tema del encuadre: Sergio Rodríguez, psicoanalista argentino, presenta la idea de que encuadre es el discurso. Es una idea atractivaen tanto des- sacraliza, des- obsesiviza el encuadre, la aplicación burocrática y automática del mismo.
A nuestro entender, el encuadre es marco del acto analítico, cubeta (usando el término propuesto por Laplanche) que va a instaurar las condiciones, aunque nuevamente no la garantía, de un espacio analítico: sobre éste decimos que es un espacio pulsional. Recordemos que Freud sostenía que el último término de la cadena asociativa son las mociones pulsionales, de ahí la lógica que sostiene el trabajo asociativo. Se trata, a nuestro entender, de propiciar que el paciente amplíe la red asociativa, tendiendo a un trabajo que toque lo pulsional. Si un trabajo “analítico” no toca las mociones pulsionales no puede ser considerado, a mi entender, como tal. Sabemos que la sobreabundancia de interpretaciones a veces, paradójicamente, “tapa” la boca al paciente, cristalizando síntomas, “engordando” o fijando una determinada formación sintomática. Creemos que el análisis no debe “hacer saber” nada en particular al paciente sino posibilitar que alguien se pregunte, se interrogue en relación a sus determinaciones deseantes.
        Freud sostuvo siempre que el trabajo analítico debe realizarse en la superficie psíquica. Algunos de sus discípulos han entendido esta propuesta como un trabajo que parte de las resistencias hacia lo pulsional. A partir de la lectura de Lacan encontramos una propuesta diferente: el Inconsciente está en la superficie, no se trata de ninguna “profundidad” a alcanzar mediante la interpretación. Inclusive Freud se oponía a esto. El trabajo se realiza sobre el preconsciente. A partir de los hilos lógicos presentes en la red de asociaciones (pensar por ejemplo en las “gotas” de Dora)
Freud no deja de alertar a los analistas sobre la tentación “curandis”, devenida en muchos casos, furor de interpretar directamente el “núcleo” patógeno, en términos de Psicoterapia de la Histeria.
        En este momento notamos que, a partir del tema del encuadre y a la manera de deriva hemos arribado hacia cuestiones relativas a nuestra manera de pensar el proceso analítico. Sin duda creemos que no es una deriva casual sino comandada por el lugar que asignamos a la función del analista en relación con la posibilidad de instaurar un proceso.  Intentaremos retomar entonces la cuestión:

¿De qué depende la instauración del espacio analítico? En primer lugar depende de los rehusamientos del analista, de lo que el analista rehúsa hacer, a saber:
Opinar
Ordenar
Interpretar de memoria
Enseñar
Discutir medios y fines de la realidad externa del sujeto
Vemos entonces que con esta enumeración tocamos el tema de la abstinencia del analista, abstinencia que nos interesa distinguir de “neutralidad”. La abstinencia es inherente a la puesta en suspenso del saber teórico por parte del analista para dar lugar a la emergencia en el paciente de sus libretos fantasmáticos. Desde las recomendaciones de Freud y Lacan (quien en el Seminario III, por ejemplo, llama a los analistas a evitar “comprender”) hasta el “sin memoria y si deseo” de Bion (sin deseo de “curar” y sin “memoria” teórica) encontramos un hilo común que tiene que ver con el lugar al cual el analista es convocado. Lacan nos presenta una idea interesante: el analista paga caro por su acto en tanto su persona queda en el irremediablemente de lado. Idea a la que nos acerca también a su noción de deseo del analista.
El encuadre no es otra cosa que un hecho de lenguaje posibilitador de un cierto despliegue del mundo fantasmático del sujeto analizante. Coordenadas que definirán allí una cierta posibilidad de circunscribir un espacio, a la manera de perímetro dentro del cual, como decíamos anteriormente va a instalarse, o no, un proceso posible.