viernes, 17 de junio de 2011

Funes el memorioso. Un breve paseo por los laberintos de Borges.

Creo que si pudiera definir de alguna manera la literatura de Borges con una sola palabra, ésta sería: laberíntica. Su lectura nos propone un tránsito por senderos que se bifurcan.
Una lectura, un libro, son buenos cuando uno al terminarlos tiene la sensación de ser un poco más inteligente de lo que era -¿estoy plagiando con esta idea a J.B. Pontalis? Al respecto, podría establecer una comparación con los sueños: existen sueños que tienen la característica de que luego de soñarlos uno no es el mismo, en tanto hacen marca, dejan huella –aquí sí, cito con seguridad y alivio mis fuentes: el hombre de los lobos, con Freud como testigo! A este riesgo (de ya no ser los mismos) nos acerca Borges.
Funes: tiempo y memoria. El cuento abre la posibilidad de pensar, entre otras cosas, el tema de lo efímero. El momento presente, un segundo más tarde debe, inexorablemente, anotarse a cuenta del pasado. Borges interroga la noción de tiempo, en tanto no hay forma ni idea cuyo destino no sea desaparecer.
El cuento viene a decirnos, de una manera brillante, que aquello propio de lo humano es el olvido –intentaré retomar este punto más adelante. De esta manera, una memoria infinita caería por fuera del hombre y las coordenadas que lo  determinan como ser hablante. Es decir, estamos constituidos por memorias y olvidos. Cabría agregar entonces que el olvido es condición necesaria del recuerdo.
La primera cuestión que me interesa plantear a modo de interrogante es si Funes “recuerda” o, más bien, “no puede olvidar”. En su caso ¿se trataría verdaderamente de recuerdos?
Diría, en principio, que Funes se encuentra aprisionado en un absurdo mortífero: la percepción no cae sino que se superpone a todas las percepciones posibles. Matemáticamente esto sería similar a una pura suma, sin resta posible. ¿Cuál sería en él, por otra parte, el destino de lo penoso, del dolor, de lo desagradable que cualquiera de nosotros dejaría sin más arrastrar al olvido?
Otra posibilidad es pensar que Funes recordando todo no hace otra cosa que recordar nada. Porque nada en él puede regresar del olvido. Entonces puede decirse que no habría recuerdo en el sentido del recuerdo que hace marca de una historia personal.
Si todo es igualmente presente es dable pensar entonces que Funes “pierde el tiempo” en un doble sentido:
-          Pierde distancia cronológica entre pasado, presente y futuro. Lo temporal se ve de esta manera trastocado.
-          No tiene tiempo para otra cosa que para perderse en el recuerdo del recuerdo del recuerdo.
Su existencia se nos presenta como verdaderamente insoportable. Tiene la insoportabilidad de lo traumático, de aquello que, por no olvidable, tampoco es susceptible de ser recordado. En semejantes condiciones el final del cuento se evidencia como destino certero, (y a partir de Freud sabemos que el destino, al devenir certeza, es una de las formas de lo siniestro!) aunque dadas las características, no del todo previsible. Sólo lo leemos como desenlace inevitable retroactivamente.
Borges muestra que este retrono (dejo intencionalmente el error de dedo que invoca un deslizamiento desde el retorno al retrono, curiosa condensación entre trono y tronar, marcados por el re de la repetición) de lo idéntico –si fuera posible- no sería más que (sí, nos ponemos tangueros) una herida absurda. Efecto siniestro similar al que produce la experiencia de no reconocer nuestro propio rostro en el espejo, o aquello que algunos autores denominan fenómeno “del doble”. Efecto que Borges presenta en Uqbar en torno a los espejos que se multiplican indefinidamente.
La diferencia y lo igual nos son presentados por Borges a la manera de laberintos que conducen siempre a los mismos cruces, como espejos que reflejan a la vez lo mismo y lo otro.
Borges, quien no podía mirar, podía sin embargo ver. Creo que tuvo la valentía de ver en los espejos del alma sin volverse loco.
A modo de hipótesis podría conjeturarse que Funes, atrapado en un “espejo de recuerdos”, no habría sido capaz de escribir; en tanto toda escritura de una palabra implica dejar de escribir todas las otras palabras que podrían estar en lugar de la palabra que se escribió. Algo similar ocurre con la producción musical: sin intervalos –es decir, sin la distancia que media entre dos notas- y sin silencios no podría pensarse la existencia de, por ejemplo, una línea melódica o un acorde. Si la definición escolar dice que la música es el arte de combinar los sonidos, bien puede decirse, en cambio, que es el arte de combinar los silencios. Lo que intento subrayar es que, al igual que el recuerdo y el olvido, rige en la música –y creo que en cualquier producción humana- una lógica de la alternancia.
Para terminar agregaría que Pierre Menard bien podría ser Funes. No puede perder al Quijote de la misma manera que Funes no puede perder sus recuerdos. Al no poder perder a Cervantes no puede hacer otra cosa que reescribirlo. Aunque, a diferencia de Funes, tal vez Pierre Menard encuentra lo mismo en lo distinto.