sábado, 26 de marzo de 2011

Encrucijadas. Freud<>Nietzsche

          Nuestras visiones más elevadas deben forzosamente parecer locuras, y a veces hasta crímenes, cuando, de manera ilícita, llegan a orejas de los que allí no están ni destinados ni predestinados. F. Nietzsche – Más allá del bien y del mal. ( 1905)

        En el presente trabajo intentaremos hacer trabajar una posible relación entre algunas ideas, nociones y conceptos de Nietzsche y Freud. Hacer trabajar la fecundidad de un posible encuentro tanto como los puntos de divergencia entre uno y otro.
        En tanto ambos se han interrogado acerca de las condiciones de la existencia humana y las formas del malestar, creemos oportuno leer desde sus perspectivas aquello que en Freud define el campo de la neurosis, es decir el malestar en la cultura.
        Para esto, partiremos de una primera pregunta: ¿qué es la verdad? Intentaremos bordear el estatuto que ésta toma en las teorizaciones de Freud y Nietzsche; así como también la manera en que tradicionalmente se asocia, con demasiada facilidad la verdad a la realidad como hecho objetivo y objetivable.
        Nuestros autores se caracterizan por haber interrogado lo que de estas dos nociones se presenta como observable, naturalmente dado. Ambos emprenden un camino que intenta despejar lo que del ser humano permanece en lugares recónditos, produciendo un descentramiento de aquello que el sentido común presenta como “natural”. Al respecto son propias las palabras de Nietzsche en el Prefacio de Genealogía de la Moral “…Y es que fatalmente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos comprendemos, necesariamente tenemos que confundirnos con otros, estamos eternamente condenados a sufrir esta ley: “Cada uno es el más extraño a sí mismo, no somos de esos que buscan el conocimiento”…”
           En uno de sus últimos artículos Freud señala que el delirio psicótico contiene, entrama, aloja un núcleo de verdad, situando esta verdad como histórica y como “intento de curación”. Efectúa así un descentramiento de lo que impone como dato el sentido común. Lo más “loco” - o aquello más alejado de “la realidad”- para el observador coincide con la verdad. Lo más “enfermo” coincide con un intento de restablecimiento, de curación. Freud cuestiona de esta manera el saber oficial de la medicina. De manera similar compara en el caso Schreber la estructura del delirio con la estructura de sus teorizaciones sobre la libido.
       Primer subrayado: la verdad histórica. Es esta una noción compleja si la acercamos a la idea de realidad. Propongo otra lectura: verdad como entramado lógico que aloja al sujeto. He aquí la impronta del pensamiento freudiano. Freud resigna, pierde “La realidad” como acontecimiento objetivo para encontrar las huellas –esas que en Moisés dice que es necesario borrar- de la realidad psíquica. De la teoría traumática, de lo real del acontecimiento a lo real de la fantasía. Del trauma como acontecimiento al trauma como vacío de significación. 
        También, más o menos temprano, Freud entiende que hay en los sueños eso que él llama “ombligo del sueño”. Sería posible decir que es allí donde la verdad se aloja, asentándose como punto de imposibilidad, como punto evanescente de verdad “pura”.  En Nietzsche encontramos la referencia a la  “cosa en sí” kantiana (Nietzsche, F. Sobre mentira y verdad en el sentido extramoral. Ed. Tecnos. Madrird, 2001. p. 22) –la verdad pura- como inalcanzable. Agregaríamos: es a partir de eso que se habla, que el lenguaje se entreteje como red en el intento de cernir la cosa, la “enigmática x de la cosa en sí” (Nietzsche, F. Sobre mentira y verdad en el sentido extramoral. Ed. Tecnos. Madrird, 2001. p. 22)
        Dicho de otra manera: el sujeto construye entramados de representantes, mundos de significación como litorales de eso que, por definición, permanecerá inaccesible. En términos freudianos diríamos que la madre como presencia deviene das ding dando apertura a la constitución del sujeto.
        De un lado –Nietzsche- el lenguaje envía al sujeto lejos de sí mismo, de su verdadera naturaleza. El lenguaje no tiene otra chance que la de elaborar decires metafóricos; del otro lado –Freud- el sujeto humano pierde su naturaleza a partir del encuentro con el Otro materno sexualizante, al cual el sujeto deberá perder para empezar a inscribir-se en el campo de la cultura, campo que es posible situar junto a Nietzsche y Freud como campo de lenguaje.
        Allí donde lo social, mediante la instrumentación de un saber oficial –el de la psiquiatría- sanciona una mentira (el delirio, el síntoma histérico) Freud sitúa una verdad, que no será una verdad a priori sino a construir en el trabajo con su paciente.
        Freud sabe entonces que la verdad insiste en la formación sintomática y, en el peor de los casos, en la compulsión repetidora. He aquí la verdad en su faceta de demonio.
De esta manera, sería posible ver en este punto un hilo conductor entre nuestros dos autores. Éste consistiría en la fuerte interrogación por parte de ambos acerca del lugar de la cultura en la causación del malestar.
        En ambos es posible situar el padecimiento humano en relación con la renuncia pulsional impuesta al sujeto por lo social. Cito a Nietzsche: “El hombre descansa sobre la crueldad la codicia, la insaciabilidad, el asesinato…”.  (Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.. Ed. Tecnos, México, 2001, p.20) La razón será entonces la apariencia que encubre la porción indómita de la naturaleza humana.
        De la misma manera, Freud sabía que el precio que paga el sujeto por acceder a la cultura es la instalación del superyo, transacción realizada en moneda neurótica. Esto mismo es lo que entrevé Nietzsche: “Esa manera de tratarse a sí mismo, esta crueldad contra sí mismo del animal humano introducida (en Freud el superyo es la autoridad parental internalizada) en su vida interior (…) y que inventa la mala consciencia para hacerse daño, desde que la vía natural de este deseo de hacer mal le fue coartada…”
(Nietzsche, F. Genealogía de la moral. Ed. Porrúa. México, 1999. P. 187.)
        Sí, ambos sabían que “En el hombre hay tantas cosas espantables. Al mismo tiempo ambos trascendieron, superaron el horror para poder pensar en ello.
        Para Freud la cultura reposa sobre la interdicción de lo espantable. De aquí se desprende que el lugar del sujeto en la cultura no sea otro que el malestar: “…jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan “desamparadamente” infelices como cuando hemos perdido el objeto amado a su amor. Para Freud una de las formas de lo sacrificial estará en relación con conservar el amor del superyo, figura hostigante de cuya severidad Freud hacía depender la gravedad de la neurosis.
        Al respecto resulta sumamente interesante la siguiente consideración de Nietszche: “El valor de lo verdadero se ha presentado a nosotros (…) ¿quién de nosotros es Edipo? (Nietzsche, F. Más allá del bien y del mal. Ed. Porrúa, México, 1999, p. 5)
        Arribamos nuevamente a un vector común entre Freud y Nietzsche: en ambos la verdad no es sin consecuencias y sabemos que aquel que se ha atrevido a la verdad tuvo un destino trágico. Tal vez por eso Freud situaba como un desenlace deseable de la labor terapéutica el pasaje de la miseria neurótica al infortunio común. También consideraba al espacio analítico como un lugar en donde –transferencia mediante- eran convocados los demonios y el analista no podía desentenderse de su responsabilidad al respecto.
        Si para Nietzsche la razón de ser se encuentra en la “cosa en sí” y en ninguna otra parte, Freud encontrará a la cosa en sí perdida y produciendo un efecto de verdad. En ambos encontramos un saber oficial fuertemente cuestionado, saber de las apariencias que al caer posiciona al sujeto de manera diferente frente a un saber que no sabe que sabe.
        Si la idea en Nietzsche es que la realidad es un constructo, en Freud reencontramos esta problemática en relación a la cuestión de cuál es la operatoria mediante la cual el sujeto lee la realidad. En una y otra vía de pensamiento encontramos la noción de un sujeto productivo, activo en relación con las coordenadas subjetivas a partir de las cuales la realidad es cifrada. Podría decirse que perdida la cosa en sí, el sujeto producirá un andamiaje psíquico en el cual sostenerse. Construcción realizada sobre un desgarro fundacional a partir del cual las producciones culturales llevarán la impronta de la desarmonía, la desproporción entre la satisfacción obtenida y la esperada.
        El análisis es un llamado a la responsabilidad psíquica del sujeto en relación a su fantasma. Nietzsche no era ajeno a esto. Ambos, Freud y Nietzsche han transitado el camino de lo obvio para encontrar en lo sabido el lugar de lo extraño, de ese extraño que es el sujeto humano para sí mismo.
        Freud se pregunta en El porvenir de una ilusión ( 1927) si es posible reducir el sacrificio que la cultura impone al individuo. Esa misma pregunta interpela al analista, se re-edita en cada análisis; ¿Es posible reducir esta voluntad del hombre de encontrarse culpable y reprobado hasta hacer su expiación imposible, su voluntad de verse castigado sin que nunca el castigo pueda ser el equivalente de su falta? (Nietzsche, F. Genealogía de la moral.. Editorial Porrúa, México, 1999, p. 187).
La cuestión se pone en juego en cada análisis, en el intento de tramitación psíquica, en la construcción de un espacio subjetivo que entrama eso que Winnicott llamaba “historia personal”.
        Decíamos con Freud: de la miseria neurótica al infortunio común, agregamos: del trauma a la historia se constituye el andamiaje del sujeto. Nietzsche de-vela determinadas construcciones sociales, mostrando el costado descarnado de la existencia humana que intentan obturar, a su vez Freud cuestiona a la consciencia como amo de lo psíquico, dándole en este movimiento un lugar al sujeto.
        Para finalizar, hacemos nuestras las palabras de Emiliano Galende: “Todas las formas de institucionalización se hacen en nombre del bien del individuo: la escuela, la justicia, la medicina, la psiquiatría. El dolor mismo que causan en el individuo, índice del malestar que contienen, es señal del bien que hacen. Sólo el psicoanalista frente a los materiales que trata, no se plantea hacer el bien. Se propone que la palabra emerja en el sujeto y está dispuesto a aceptar sus consecuencias. Interroga más bien a las normas pedagógicas y a las reglas de la educación, como interroga al mito o a la fantasía, al delirio o a la cultura. (Galende, E. Psicoanálisis y salud mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica. Paidós, Buenos Aires, 1994, p. 35.)










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