sábado, 12 de marzo de 2011

PRESENTACION DE ESTE ESPACIO

      Freud sitúa, de una manera simple y despojada de todo tecnicismo teórico, lo que a su entender constituye el fin del análisis como terapéutica: transformar la miseria neurótica en infortunio común. Ahí donde el mal estar en la cultura cobra la forma de exceso de sufrimiento. Idea central de Freud: el acceso del ser humano a la cultura estará marcado irremediablemente por la renuncia pulsional,  el costo a pagar es la neurosis y la constitución del superyo, esa porción de indómita naturaleza.
       Cabe preguntarnos, en un momento en el que se discute sobre la permanencia o desaparición del análisis, acerca de lo que permite diferenciar al psicoanálisis del vasto campo de terapéuticas que conforman el campo “psi”. Para intentar responder este interrogante hecho mano al mismo Freud:
Para Freud el psicoanálisis es:
a-      Un método para el estudio de los procesos psíquicos inconscientes, inabordables por cualquier otro medio
b-      Una terapéutica para la cura de las neurosis
c-      Una teoría acerca de los hechos psíquicos intervinientes

        En la definición lo que aparece en primer lugar es el método, en segundo el análisis como terapia y en tercer lugar una teoría que intenta dar cuenta tanto del objeto, el inconsciente, con sus leyes de funcionamiento, como del padecer neurótico y los resortes de la cura.
         Lo anteriormente dicho permite sostener la hipótesis de que el interés de Freud se asienta más en el método que en la terapéutica. Las neurosis se le presentan como el lugar privilegiado donde eso, el inconsciente, se da a escuchar. Con la particularidad de que hasta entonces, hasta Freud, no había habido una oreja.   Entonces digo que Freud inventa no sólo el psicoanálisis. Freud inventa el objeto del psicoanálisis. El inconsciente es su invención. ¿Antes de Freud existía el Inconsciente?
Considero que no. Considero que existe a partir del acto fundacional que Freud realiza. Acto mediante el cual eso es nombrado, y no solamente nombrado. Eso es escuchado.               El psicoanálisis se constituye a partir de un cierto posicionamiento en relación a la mentira y a la verdad. Antes de Freud las histéricas eran consideradas, dentro de la tradición psiquiátrica, como “simuladoras”, lo cual constituye un deslizamiento de “mentirosas”. Freud sigue las pistas de “esas mentiras”, se deja llevar por ellas (al igual que sobre el final de su obra se dejará llevar por el delirio en “construcciones” escuchando allí otra cosa: el delirio en su particular relación con la verdad) para tropezar con un orden de verdad diferente: lo pulsional mediado por representantes.
        Allí donde lo social, mediante la instrumentación de un saber oficial –el de la psiquiatría- sanciona una mentira, Freud sitúa una verdad, que no será una verdad a priori sino a construir en el trabajo con su paciente.
        Freud sabe entonces que la verdad insiste en la formación sintomática y, en el peor de los casos, en la compulsión repetidora. He aquí la verdad en su faceta de demonio.
        En la definición misma que Freud construye está la respuesta al interrogante que nos planteábamos en relación a la especificidad del análisis: esa especificidad está dada por el método y por el objeto. Ambos participan en una relación de implicación recíproca. Es decir, el inconsciente es producido por el mismo dispositivo analítico.
        Por el lado del método la situación es casi escandalosa: le proponemos al paciente que diga todo lo que se le ocurre sin privilegiar ni censurar nada. Esta situación es absolutamente privativa del análisis. No se produce en ningún ámbito de la vida cotidiana del paciente. No hay ningún otro espacio donde uno diga todo lo que piensa. Salvo, quizás, en los laberintos que construye la psicosis. Como contrapartida nos comprometemos a escuchar de manera parejamente flotante el decurso de las asociaciones del analizado. Es decir, privilegiamos una escucha que ante todo es un dejar en suspenso:
a-       las certezas teóricas
b-       los juicios y pre-juicios, tanto teóricos como personales
c-      el sistema de ideales del analista
d-     las comprensiones anticipadas.

       Entonces, el método consistirá en una apuesta en que allí, en el libre fluir de las asociaciones, el inconsciente del paciente aparecerá entramado en las oscilaciones del discurso, en sus discontinuidades. Si pedimos eso al paciente no puede menos que exigírsenos actuar en consecuencia: nos abandonamos a una escucha “plana”, es decir que no privilegia nada en particular del decir del paciente. Escucha tanto plana como atenta y benevolente.
         De lo anterior se desprende que el inconsciente no tiene una localización en las profundidades del psiquismo sino que está alojado en los hilos lógicos que el discurso del paciente produce. El inconsciente, decimos, está en la superficie psíquica y a partir de allí se realiza la operación que el analista lleva a cabo.
        Ahora bien, siguiendo a Freud hemos situado al método como lo central del análisis, aquello que hace a su especificidad. Cabe agregar que el método necesita de un espacio en donde ser desplegado y que las coordenadas de ese espacio van a estar delimitadas por el encuadre analítico más la abstinencia del analista; o dicho de otro modo: el encuadre es la abstinencia del analista y el método su ética.
        Clásicamente se entiende al encuadre como un conjunto de reglas. Reglas que en definitiva posibilitan un juego. La expresión “contrato” alude a un pacto que regula a ambos participantes del trabajo analítico, a saber: de esta manera se instaura un orden de legalidad que opera como tercero entre los dos del análisis. Obliga y da derechos. Señalando el perímetro que delimita lo que es el análisis  de lo que no lo es. Encuadre: condición necesaria más no suficiente. Si delimita un espacio, la posibilidad de que ahí se instale o no un proceso dependerá de las operaciones que el analista realiza para dar acceso o apertura a la posibilidad de un análisis. Espacio que será, en el caso de la terapia analítica, un espacio pulsional, es decir, sexual.
       Esta apertura que el analista propicia está dada por una serie de movimientos a realizar. A Freud le agradaba comparar el análisis con una partida de ajedrez, en tanto las aperturas y los cierres están más o menos estipulados. Lo demás dependerá de las particularidades del proceso.
Retomo lo anterior: en principio, o en un principio lo que permite el inicio del juego son los rehusamientos del analista. Con esto señalo que hay cosas que aquel que está en lugar de analista rehusará hacer:
Opinar
Hablar o interpretar de memoria
Dar órdenes, dar consejos
Imponer sus propios ideales al sujeto
Discutir medios y fines de la cotidianeidad del paciente.

Lo cierto es que los rehusamientos, la abstinencia no funcionan como imperativo o mandato a seguir sino que están posibilitados por aquello que sostiene al analista como tal, a saber:
El analista se sostiene en principio en su propio análisis, en el conocimiento tanto de sus determinaciones deseantes como de sus puntos ciegos, es decir puntos de su psiquismo no suficientemente elaborados.
En su convicción acerca de la existencia del inconsciente, ésta sólo se adquiere a partir de la experiencia del análisis personal.
En la confianza en el método que implementa y su conocimiento de él.
En el conocimiento de las formas de trabajo del inconsciente.

En relación al tema de la abstinencia del analista, de sus rehusamientos; es decir de su ética, Freud instaba a los analistas a estar precavidos acerca de lo que el llamaba furor curandis. Llamaba a la cautela en relación a posicionarse como salvadores de almas, modelo o ideal a seguir. En una oportunidad, y tal vez un poco alarmado, le escribe a Jung: no intentes curar, limítate a aprender y a ganar algún dinero. Freud era consciente que el camino al infierno estaba sembrado de buenas intenciones. Allí tropezó con el hombre de los lobos.
       El legado de otros nos enseña que la mejor manera de ayudar al paciente no consiste en hacer el bien. Consiste en la aplicación del método: esto es lo que posibilita en el paciente el atravesamiento de su mundo fantasmático y su toma de responsabilidad en relación a las producciones de su inconsciente.
       Ese considero que es el legado más valioso de Freud. La creación de un método destinado al abordaje del inconsciente. Él entendió que el sueño es la vía regia al objeto. En este sentido es admirable la valentía de Freud: hay que situarlo en el ambiente científico positivista de la época. Baste recordar que el destino de Edipo fue arrancarse los ojos. A Freud esta verdad se le impuso y estuvo ahí, inclaudicable y hasta las últimas consecuencias dispuesto a escucharla. En ese punto donde muchos antes que él han naufragado en la locura.
        En este último sentido Freud produce una subversión radical en la cultura occidental: no solo se atreve a afirmar que la conciencia no es el centro de lo psíquico sino que además postula que somos vividos por otra escena, en la cual todos los crímenes –léase incesto, parricidio- han tenido lugar. Allí donde la imagen pura de la infancia se desvanece dando lugar a la idea, tan central como intimidante, de la sexualidad infantil. Escenas y escenarios sexuales infantiles que la neurosis actualiza y cristaliza bajo la forma compulsiva de los síntomas.
         En sus célebres Tres ensayos Freud postula una pregunta que merece, a mi entender, ser considerada en toda su amplitud. ¿Cómo es posible que la humanidad no haya visto la sexualidad infantil? La respuesta es: a causa de la represión operante en cada uno de nosotros. Lo cierto es que lo borrado deja rastros; hizo falta Freud para leer sus huellas.


                                                                                  Conrado Zuliani
                                                                                  Ciudad de México, Marzo de 2011
       

1 comentario:

  1. Me recordaste a las seis lecciones de introducción al psicoanálisis (1976-1977) que Oscar Masotta realiza en España, luego publicadas por Ed. Gedisa; tomando precisamente los tres ensayos de 1905, de una teoría sexual del vienés. Por la vía de la laicidad que se sitúa en eso que ni psicología ni medicina ni psiquiatría, como condición a priori, es la formación del psicoanalista y su función. Donde Freud como primer analizante, traza las coordenadas. Precisamente esas razones son las que veló el positivismo que comenzaba en esa época de fines del siglo XiX barriendo con las pasiones que Freud restitiye desde la singularidad en su invención y dispositio donde, como dice Edmond Jabès "El polvo tiene sus razones de peso".

    gabriel roel

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