domingo, 13 de marzo de 2011

Encuentro con Cortázar. Tiempo y espacio en El perseguidor

                Algo en relación a las nociones de tiempo-espacio: ambos tienen relación con la idea de frontera, de límite. Un espacio es tal en virtud de un límite que lo diferencia de otro. De la misma manera, el tiempo supone una construcción hecha de cortes sucesivos a partir de los cuales surge la demarcación que permite situar al  sujeto en un momento determinado. Dicho de otra forma: un momento es en tanto plausible de ser diferenciado de otro que no es. La repetición de lo idéntico caracterizada por la imposibilidad de hacer diferencia entre un momento actual y otro ya vivido deja al sujeto en la perplejidad de lo siniestro.
      
        Esto lo estoy tocando mañana, dice ese Dédée tan amable como temible que Cortázar nos regala. La incertidumbre sobre el futuro angustia. ¿La certeza vuelve loco?  ¿Hay tiempo en la locura?
        Cortazar y el tiempo del jazz. Éste es siempre en síncopa. Dentro del argot musical se habla de tiempos irregulares. Podría pensarse que el perseguidor recoge y hace propia una temporalidad marcada por lo irregular. Dédée está atravesado hasta los huesos por el tiempo del jazz, tiempo vertiginoso y a la vez sutil, hecho de fraseos y escalas alteradas. ¿Está loco Dédée?  Personalmente no lo creo. Fuera del tiempo convencional, él es mañana. Evidencia que lo deja en terreno sabido de antemano, lo acerca a la muerte en tanto es la única certeza que, los mortales,  podemos poner a cuenta del futuro.
        El perseguidor está escrito con una lógica jazzera, compleja. De esta manera, el cuento pone en escena un tiempo diferente al tiempo cronológico. Éste último, es definido por Dédée como un tiempo de relojes, que remite a una visión “escolarizada” de la temporalidad. El tiempo cronológico es el de la historia oficial. Dédée lo desprecia. En algún lugar de su mente él tiene la intuición de un tiempo Otro: tiempo de la subjetividad, que podríamos caracterizar como Lógico:
“…viajar en el metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando…” Ese otro tiempo es el que procede como una elasticidad retardada. La obsesión de Dédée por los relojes es, tal vez, su forma particular de conjuro contra la muerte: “Entonces un hombre, no solamente yo sino esa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más veces de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana…” Sorprende la paradoja de que nuestro protagonista no tiene otra posibilidad que apelar a una métrica numérica al mismo tiempo que intenta prescindir de la medición cronológica del reloj: “cientos” de años, “mil” veces más…
        Si el perseguidor transcurre en un derrotero de notas trasnochadas, ebrias, irrespetuosas, la ironía está en el abrupto disloque de la sucesión de hechos, en el punto en que mañana se hace cierto dejando de ser mera posibilidad probabilística. Futuro igualado a presente producen el síncope de Dédée, su síncopa. Su perseguidor no viene detrás sino delante. Su perseguidor es un mañana hecho de sueños premonitorios de carácter mortífero.
        A Dédée la música le ofrece la oportunidad de “meterlo en el tiempo” acotando la posibilidad de quedar entrampado en un tiempo sin cortes (“-Por eso en esa casa
-dice en referencia a su historia familiar- el tiempo no acababa nunca, sabes.” Y unas líneas más abajo agrega: “La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo”)  
        Se me ocurre la comparación de que Dédée es al tiempo lo que Funes, el memorioso de Borges, al recuerdo y al olvido, en tanto figuras de lo imposible.
        Casi diría que Cortazar pinta el mar con mar, como el pintor loco (¿?) de Baricco. Pérdida de la distancia figurativa que es a la vez el intento de enmarcar un blanco; vacío oceánico que traga, engulle y vomita. Dónde esta el ojo del mar? – pregunta el pintor. Sin ojo no hay antes ni después ni al lado de. Es su propio ojo perdido en el mar. ¿Está, a la manera de Dédée, pintando el mar mañana? Curioso, o no tanto, que la respuesta venga de un niño, podría decirse, sin edad: El ojo son los barcos.
        Dédée, el pintor, se exilian a su manera. Exilios imposibles, en tanto pierden, de alguna manera las fronteras que demarcan la existencia de un lugar otro. Tiempo y espacio abiertos que borran la posibilidad de hacer-se lugar.
        Al arribar a este punto del escrito, nos surge como imprescindible la noción de diferencia para poder pensar el tiempo y el espacio. Es a partir de ésta que tiempo y espacio pueden dibujarse, tal vez a la manera de superficies, donde habitar. Tiempo y espacio, al indiferenciarse, pueden devenir océanos abiertos.





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