martes, 11 de junio de 2013
Sobre las escenas del análisis
Sobre las escenas del análisis, escenas de transferencia, transferencias en escena.
Escenas inasibles, lejanas y actuales. La presencia y la abstinencia del analista las convocan.Éste se dejará tomar por las palabras del paciente que lo envuelven como objeto, objeto de transferencia, dejándose sorprender por el decurso de las asociaciones del sujeto; del lado del paciente, se lo insta a decirlo todo, sobre todo lo que no pensaba decir: dolores impensados, repetitivos, insistentes. Odios, amores que llevan a alguien a pedir un análisis.
Del lado del paciente: demanda de alivio al exceso de sufrimiento ¿Cómo acotarlo?
Ante el pedido de auxilio del paciente el analista responde de una manera, por lo menos, extraña: "hable". Puesta en escena del síntoma donde Eso habla. El carácter, ese gran invitado de la miseria neurótica, también es parlanchín.
Tamaña noción la de escena para el psicoanálisis: la "Otra escena", aquella en donde Freud, siguiendo a Fechner, nos dice que los sueños transcurren; la escena de la fantasía, con sus libretos escritos en clave de sexualidad infantil; la puesta en escena del acting out, allí donde los libretos no llegan a escribirse y son actuados en el plano de la realidad. ¿Cuál?
Partida de ajedrez extraña, el análisis se juega en el particular acuerdo, bucle de demandas asimétricas, en donde de un lado se pide alivio al sufrimiento que -por lo general- ha devenido insoportable y del otro se insta a aquel que sufre a que nos traiga en palabras las escenas de su dolor: "Antes de que yo pueda decirle nada, debo saber mucho de usted, hable, cuénteme", solía decir Freud. Cuénteme, téngame en cuenta, úseme como objeto transferencial de las escenas de su realidad psíquica, transfiérame sus escenas teniendo la confianza de que no las actuaré, sólo las interpretaré, de modo tal que puedan encontrar otro destino que el de la repetición funesta que hace inhibición, síntoma, angustia.
Freud se encuentra la transferencia, se tropieza con ella, es a su pesar. En la habitación en penumbras de los míticos tiempos de la hipnosis la transferencia se le revela como se nos revela ese mueble en una habitación a oscuras...una vez que estampamos el dedo chiquito del pie contra él!
Freud y Breuer, dos guerreros batallando en el terreno de las escenas de la histeria; escenas transferenciales inundadas de erotismo, seducción y horror. Breuer no lo soportó. Huyó espantado ante el aroma incestuoso y embriagador de la transferencia de Anna O. Freud decidió quedarse a escuchar: pudo entender. No actuó la huida porque pudo entender.
Cercano ya al final de su vida, que en este caso coincide con el final de una obra (Mi vida solo tiene interés en relación con el psicoanálisis, llegará a decir el maestro) Freud asevera que la transferencia es aquello que de un psicoanálisis nunca se olvida. Hacer experiencia de un análisis implica, entonces, ese movimiento en el que el paciente es sujeto de transferencia.
El paciente transfiere sus objetos, sus rasgos patológicos del carácter -ese demonio hecho de rigideces que testimonia petrificadamente los problemas de relación con los otros-, sus tendencias inutilizables, los modos de relación con los primeros objetos.
Escenas del análisis donde, a la manera de las buenas novelas policiales, lo central aparece dislocado, en la periferia. El modelo de la transferencia neurótica es el del síntoma, el del acto fallido, el del sueño. Fenómeno universal, la escena transferencial es producida a la vez por el dispositivo analítico. Paradoja a sostener.
Escenas del análisis, universales y a la vez únicas, propias de la singularidad de la historia de cada quien. La práctica de la hipnosis le muestra a Freud, primero, que el síntoma estaba hecho de recuerdos. Particular modo de recordar aquellas escenas olvidadas.Cómo no olvidarlas si correspondían a -pensó inicialmente Freud- escenas reales de seducción. Dos personajes como mínimo en estas escenas: la paciente y el padre o un sustituto. Primer gran escándalo freudiano: la histeria no responde en su etiología a ningún útero fuera de lugar ni a posesión demoníaca alguna. Más que útero dilocado se trata de recuerdos dislocados. Algo de aquello pasado, olvidado, sexual aparece trasladado al síntoma, disfrazado, velado y a la vez revelado en la formación sintomática.
Si el síntoma cuenta la historia de los amores incestuosos, la terapéutica, por lógica, debe pasar por la posibilidad de recordar. La hipnósis busca rescatar del olvido.
Caídos los cimientos de la teoría traumática Freud no se dejó vencer por la adversidad y efectuó un pasaje realmente formidable: de la escena real de seducción a la fantasía de seducción como causa del síntoma; de la hipnosis al método analítico, de la realidad material al fantasma y al sueño; realidad psíquica que aparece teniendo el mismo orden de determinación que la realidad material; idea del inconciente como existente concreto, espacio donde ciertas escenas ocurren teniendo el mismo orden de determinación que las ecenas de la realidad material ¿o más aun?
Si el inconsciente, entonces, no tiene miramiento por la realidad externa el deseo en él aparece como realizado; el deseo en el inconsciente equivale a su realización. La histeria y el sueño le enseñan eso a Freud, que sin dudas logra extraer de ellos su enseñanza.
viernes, 17 de mayo de 2013
unas pocas líneas...
La atención parejamente flotante implica soportar el balbuceo errante, el propio. Dimensión del enigma, del desanudamiento de la certeza que guía al analista en su acto. Paradoja...
La sesión analítica es todos los tiempos: de generaciones pasadas, tiempo otro, tiempo de la sesión, tiempo de espera, tiempo del sueño, del deseo que al historizarse traza coordenadas de futuro.
sábado, 4 de mayo de 2013
Clínica con niños. Un recorrido
El psicoanálisis francés contemporáneo lleva la marca y la impronta de Lacan. Es lógico que así sea. Lo mismo ocurre en el psicoanálisis inglés con la figura de Melanie Klein. Aún en aquellos autores que actualmente discuten con Lacan, al punto en algunos casos de una franca oposición (por ejemplo Green, Laplanche), vemos un discurso que no podría haber sido sin Lacan.
Así como Lacan postuló su famoso retorno a Freud, alarmado ante los desvíos producidos en la teoría y en la práctica de algunos posfreudianos y Laplanche postula actualmente un retorno sobre Freud, un trabajo sobre la obra de Freud, en su fecundidad y también en sus tensiones internas; de la misma forma podría plantearse la necesidad de un retorno permanente (más no una repetición esterilizada y ecolálica basada en dogmas sobre los cuales legitimarse) a los textos fundantes del psicoanálisis.
Considero a Françoise Dolto como una analista que sin duda funda un campo, sobre todo dentro del análisis de niños. Tal vez su personalidad la puso a salvo de devenir figura central de algún movimiento o escuela o corriente dentro del psicoanálisis. Aun así sus consideraciones marcaron a toda una generación de analistas apresados en la rigidez en que el, inicialmente, revolucionario análisis kleiniano había caído. Dolto imprime a la clínica aires de renovación, de creatividad. Si algo la caracteriza es el profundo respeto por la palabra y por el sufrimiento del niño.
El prefacio que Dolto escribe el libro de Maud Mannoni es casi una declaración de principios clínica y teórica. Allí plantea Dolto que la especificidad del psicoanalista es su escucha, caracterizada por su receptividad hacia la palabra que, vía transferencia, se le dirige. El psicoanalista entonces, nos dice Dolto, no da la razón ni la niega, sin juzgar, escucha. La posición del analista tendrá que ver con una búsqueda de la verdad singular de cada sujeto, más allá de los acontecimientos, aunque no sin ellos. De esta forma, el psicoanálisis no busca otra cosa que la restauración de esa verdad propia de cada uno.
En el prólogo al que hicimos alusión Dolto señala que
El niño o el adolescente se convierten en portavoces de sus padres. De este modo, los síntomas de impotencia que el niño manifiesta constituyen un reflejo de sus propias angustias y procesos de reacción frente a la angustia de sus padres (…) La exacerbación o la extinción de los deseos, activos o pasivos, de la libido (oral, anal o pregenital edípica) o la simbolización del niño de sus pulsiones endógenas, son la respuesta a los deseos reprimidos de padres insatisfechos en su vida conyugal o social, y que esperan de los niños la curación o la comprensión de su sentimiento de fracaso.
Al respecto se pregunta Maud Mannoni ¿Qué hay de no comunicable en palabras que se fije en un síntoma? La cita anterior constituye una verdadera toma de posición acerca de cómo pensar el síntoma en la infancia y –más allá del síntoma- hay en la cita todo un modelo acerca de la constitución subjetiva. En este punto deseo detenerme. Estamos ante un punto de ruptura frente lo que podríamos llamar, siguiendo a Mario Waserman , el “clasicismo kleiniano”. Si en éste último, la patología está fuertemente determinada por lo pulsional, por el monto de sadismo proyectado en los objetos independientemente de las características reales y del psiquismo del objeto; en el planteo tanto de Dolto como de Mannoni, en principio , la patología del niño está determinada por el lugar que éste ocupa en el deseo de los padres –inicialmente en el deseo materno. Si la estructura y el significante, así como también el deseo de los padres, preexisten al niño será de máxima importancia el lugar que desde allí se asigna al niño. Es decir ¿Qué lugar ocupa el niño en el inconsciente de los padres? El lugar que el niño ocupe estará determinado por el modo en que los padres han atravesado su propio Edipo. Se trata verdaderamente de una herencia simbólica. Desde este punto de vista, todo ser humano –nos dice Dolto- está atravesado por la relación que tiene con sus padres, por el a priori simbólico que hereda en el momento de su nacimiento . Esto en la clínica implica pensar desde qué lugar es esperado un niño por sus padres: desde el lugar de su majestad el bebé, es decir, aquel que cuenta con la misión de restituirles a los padres su propio narcisismo infantil herido , hasta aquel niño que debe ocupar el lugar, por la vía de la identificación, de un hermanito muerto, o sea aquel que captura la libido materna; la lista de ejemplos y posibilidades sería interminable.
El síntoma de un niño es, a menudo, una manera de decir -lo indecible. Apelación al Otro mediante la cual se intenta una salida a una situación en donde algo de la transmisión de la ley se ve dificultado. En muchos casos el síntoma del niño es producido a partir de un agujero representacional en las generaciones anteriores. Algo de lo no tramitado simbólicamente en los padres -a veces el drama se remonta hasta los abuelos- se actualiza en el síntoma del niño. Cara real del síntoma jugándose en un más allá de la historia del niño.
Teniendo en cuenta esto Dolto nos dice que aquellas situaciones en las que un niño sirve de prótesis a alguno de los padres resultan en un compañerismo patógeno, lo mismo que aquellas otras en que el niño queda ocupando el lugar de padre de alguno de sus padres.
Plantea Dolto que la mentira en relación al origen tiene un papel desestructurante en la vida psíquica del niño. Se puede elaborar una verdad, por más dolorosa que esta sea, pero no se puede elaborar un hueco, aquel que deja lo no dicho de la historia del niño, o de la historia de los que lo antecedieron. Dice Dolto: “Todas las palabras neurotizantes se originan en la mentiras que impiden que los hechos reales hagan surgir los frutos de la aceptación, a partir de la situación real”
A partir de las ideas de Dolto, y también de Maud Mannoni, es posible pensar que alrededor del síntoma del niño, elaborado a partir de lo no decible ni por el adulto ni por el niño, se escucha un coro de voces: la de los padres, la de los diagnósticos de la medicina, la de la escuela . La tarea del analista pasa por devolver al niño su propia palabra, restituir la posibilidad de hablar en nombre propio desabrochándolo de otros decires que hablan por él. De esta forma, en su Seminario de psicoanálisis de niños, en relación a la función de la palabra, Dolto plantea que “Es asombroso el esclarecimiento que sobreviene cuando se dice en la verdad; las pruebas, tal y como son, son también dichas y asumidas” Por su parte, Maud Mannoni precisa que la aventura analítica no tiene otro fin más que el de abrir para el sujeto las vías de un acceso a un saber, que es el suyo, pero que le ha sido sustraído; de esta forma, el analista no entrega un saber al paciente sino, más que nada, permite al sujeto dar sentido a su propia palabra, palabra que ha sido amordazada por la mentira y el desconocimiento. El análisis apunta entonces a permitir que el niño pueda asumir su propia historia.
Un testimonio de la práctica de Françoise Dolto
Considero oportuno en este punto, un acercamiento a la práctica de Françoise Dolto, para ello tomaré un artículo de Juan David Nasio . En el mencionado artículo Nasio comenta que ha tenido el privilegio de asistir y participar a la consulta que Françoise Dolto realizaba en una salita de la calle Cujas, en París. En 1985, después de treinta años de dirigir su consulta en el Hospital Trousseau, Dolto decide reanudar este trabajo clínico, pero exclusivamente con niños huérfanos alojados en una guardería. Tenemos de la propia Dolto un testimonio de su práctica hospitalaria expuesta al principio de El caso Dominique . Tomamos las palabras de Dolto:
He pensado siempre que la asistencia de otros psicoanalistas al trabajo terapéutico podía ser de un interés considerable (…) iluminarnos en cuanto a nuestra orientación, que encuentra su sentido en una escucha más afinada y el mayor respeto por todo lo que el analizado expresa de su inconsciente. (…) En mi consulta hospitalaria me di cuenta que este modo de trabajo (con testigos) no estorbaba al sujeto en psicoterapia conmigo sino cuando la presencia de los asistentes me estorbaban a mi misma en la espontaneidad de mi atención y mi receptividad.
Señala Nasio que “Los pequeños pacientes son recibidos por F. Dolto dos veces por mes. Las curas, en general bastante cortas, se prolongan a veces durante uno o dos años” Agrega Nasio que cuando estos niños, a la espera de una familia adoptiva encuentran un hogar, la continuidad de la terapia depende del deseo de los padres adoptivos.
Lo particular, la idea inédita de Dolto, comenta Nasio es haber introducido en el interior de las curas con estos niños la participación activa, como co-terapeutas, de un grupo de analistas (cabe aclarar que estos analistas no necesariamente son psicoanalistas “de niños”)
Nasio realiza una descripción muy viva de la salita en la que trabajaban. Vale la pena citarlo:
Encontrábamos ahí una mesa con tres sillas alrededor: la de la señora Dolto, la del niño y, al lado, la reservada al auxiliar de puericultura cuando estaba presente en la sesiones. Pocos metros a la derecha de la mesa, en semicírculo, se instalaban los psicoanalistas-oyentes, dispuestos de tal manera que ninguna de sus sillas estuviese situada detrás del niño
El grupo de analistas no constituye un grupo de observadores pasivos sino que actúan como participantes casi siempre activos, con una implicación viva y transferencial, en la sesión y en la cura que se está llevando a cabo. Activos también cuando el niño se dirige a alguno de los analistas del grupo o al grupo en su totalidad. Dice Nasio: “En el momento de entrar y salir, el pequeño paciente saludaba a todo el mundo y nosotros le respondíamos. También podía suceder que, a pedido de Françoise Dolto, cantáramos a coro una cancioncita como “Au clair de la lune”. A veces sólo debían cantar los hombres y otras veces todas las voces se mezclaban al unísono”
¿Evoca tal vez el coro en la consulta de la señora Dolto la función que tiene en la tragedia de Edipo? ¿Cabe al coro la función de nombrar, mediante una cancioncilla, la realidad del inconsciente del niño? El grupo de analistas representa para el paciente un nuevo espacio social que forma parte de la sesión, verdaderamente original en la vida del niño. El encuadre de la consulta, describe Nasio, incluye una sala de espera en la que hay dos sillas de niños, un baúl que contiene muñecos y peluches. Entre sesiones hay una pausa en la cual los analistas intercambian sus impresiones acerca de la sesión que ha tenido lugar con la señora Dolto.
Nasio nos relata la experiencia de su participación en estas sesiones:
Yo tenía la costumbre de sentarme en la primera silla situada exactamente a la altura de la mesa. Esto me ofrecía un punto de vista tal que la mesa pasaba a ser a mis ojos el terreno sobre el cual se desarrollaba la extraña partida de una sesión analítica, el lugar donde se decidía la relación del psicoanalista con el niño. Había puestos sobre la mesa diferentes objetos que me interesa detallar. Una caja conteniendo pasta para modelar, hojas de papel, un estuche de marcadores gruesos, una vieja caja de bizcochos llena de pequeños juguetes diversos (un soldado, un pato, un barco, etc. ), y en particular: una regla de madera, y unas pequeñas tijeras, un verdadero manojo de llaves, una cadenita, dos cuchillitos, uno de manteca para el modelado y el otro más cortante, un espejito, un silbato y lápices de colores de mina siempre rota que Françoise Dolto solía afinar con el cortaplumas que sacaba de su cartera. Con este gesto de afinar el lápiz, indicaba al niño que cada cual debía ocuparse de la tarea que le correspondía.
Me permito la extensión de la cita, ya que con su descripción Nasio nos “mete” sin dudas en la atmósfera de la consulta de Dolto, a la vez que nos da un hermoso testimonio de la manera de conducirse que tenía en el contacto con el niño. Sin duda, Dolto, ser especial, sabía jugar. Algo, o mucho, de ella evoca esa valiosa idea de Winnicott según la cual para ser analista hay que saber jugar. Nasio alude al modo particular de Dolto para centrar su escucha, escucha apoyada en un deseo firme y poderoso: el de hablar a los seres humanos. Cuando ella hablaba, sigue Nasio, su voz adquiría una entonación inimitable, la voz de Dolto: “Cuando se dirigía a un niño o cuando nos relataba casos clínicos, hablaba poniendo espontáneamente en escena los diferentes personajes de la historia.”
Discusión
Sin dudas el poder pensar el lugar que un niño ocupa en el deseo de los padres, en el psiquismo de los padres ha posibilitado una apertura en el psicoanálisis con niños. No había lugar en Klein para esta pregunta; tampoco parece haberla habido en Anna Freud. El síntoma del niño como un modo de decir lo no dicho de una historia anterior. El síntoma del niño como aquello que devela, al mismo tiempo que enmascara, lo no tramitado en la historia de los padres. Es el niño con su síntoma quien advierte a todos que el rey está desnudo . Si la familia es el marco en el cual tanto el niño como su síntoma se constituyen es una consecuencia lógica de esto que la clínica que se deriva de ello incluya un trabajo con los padres que no se limita a la colaboración en el pago de sesiones y en el trabajo sobre los problemas de encuadre, como en la más clásica línea kleiniana. Si el síntoma responde a un no dicho, será necesario un espacio en donde los padres puedan verbalizar aquello silenciado de su historia, esto tendrá un efecto simbolizante y ordenador para el niño.
Una de las críticas que se realiza a estos planteos tiene que ver con que si el síntoma es respuesta del niño al inconsciente materno, o de los padres, se borraría la especificidad del inconsciente del niño y la idea de conflicto intrapsíquico en la causación del síntoma. Más aún: extremando este planteo, el psicoanálisis de niños no tendría razón de ser, en tanto lo que habría que trabajar es el inconsciente materno . Veamos algunas de estas expresiones: Dice Silvia Bleichmar : “Es a partir de la liquidación de la idea de conflicto: conflicto intrapsíquico, intersistémico –y de la relación que éste guarda con la represión y el inconsciente- por donde se ha erradicado en el psicoanálisis de niños al psicoanálisis mismo” La afirmación sin duda es fuerte. Silvia Bleichmar precisa además que se opera una subsumisión del inconsciente del niño en el deseo materno, lo que hace que en la teoría y en la clínica el inconsciente de éste último quede borrado, pierda su especificidad y no participe en la producción del síntoma:
Lo que queda sujeto a caución en la fórmula de Maud Mannoni es la subsumisión del inconsciente como objeto del campo analítico (…) Pero posiblemente la cuestión más riesgosa, la que arrastró impasses más severas fue la concepción que propiciaba, como en una inversión simétrica, que el deseo de la madre con relación al hijo –entendido como totalidad fálico-narcisista- sometía sin más trámite a éste a una respuesta sintomal (…) El niño , falo de la madre, síntoma de la madre o de la pareja familiar, o realizando el objeto del fantasma materno, no es más que una mónada carente de inconsciente
Tomemos al respecto las palabras de la misma Mannoni : “He dejado de entender que el niño enfermo es un síntoma de sus padres. Ahora me parece evidente que esa no es la única hipótesis , que hay una gama de situaciones varias. Escuchemos a su vez, a la misma Dolto : “Hay psicoanalistas para quienes el recién nacido y el niño pequeño no son significantes sino del deseo de sus padres, al menos eso he comprendido. Por mi parte, si bien pienso que el deseo de los padres induce a su niño por efecto de lenguaje, pienso también que todo ser humano es por sí mismo, desde su origen, en el momento de su concepción, fuente autónoma de deseo.
Creemos que la cita de Dolto coloca las cosas en una justa dimensión. En ocasiones los analistas extreman sus posiciones, posiciones que quizás deban ser relativizadas. Por nuestra parte consideramos que el deseo de los padres cumple un rol determinante, no sólo en lo tocante a la patología del niño sino también para su salud y estructuración psíquicas. De la misma forma, consideramos que el niño no es mero objeto pasivo del deseo materno sino que el niño es activo en relación a su propia producción fantasmática. El deseo materno opera, pero también opera la metabolización –por tomar un término de Laplanche- que el niño hace de dicho deseo, de acuerdo a su propia realidad psíquica. Esto es lo que permite que el análisis opere esa valiosísima posibilidad de asumir una historia en nombre propio.
A partir de las consideraciones de Dolto y Mannoni, es posible pensar al síntoma del niño como un efecto demorado del trauma. Disloque de la prehistoria anclado en el síntoma, el cual comporta la actualización de lo que ha quedado latente en los padres a la espera de un anudamiento. Más precisamente: podría pensarse que lo que es un acontecimiento en la tercera generación, será rasgo de carácter en los padres - o sea satisfacción pulsional por fuera de la represión y su retorno - cuyo efecto de retorno será síntoma en el niño. Síntoma alrededor del cual, generalmente suena una polifonía de voces, que en un doble movimiento re-velan una verdad histórica.
Suenan otras voces. Se superponen a este niño - aquel por quien se consulta - otros niños, sus lamentos, sus deseos - infantiles - activados por el niño en cuestión. ¿cuál es el niño en cuestión? Re-edición del narcisismo de los padres.
No está de más preguntarse, en relación al síntoma de un niño ¿qué es lo que allí se satisface? ¿Cuál es el beneficio? ¿Qué posición ocupa en él discurso parental? ¿Cuál es la fantasmática parental en juego y qué posición ocupa el niño en relación a esta? ¿Cuál es el "orden" que el niño con su síntoma subvierte y sostiene al mismo tiempo?
Bibliografía consultada
1- Bleichmar, Silvia, Aperturas para una técnica en psicoanálisis de niños, en Trabajo del psicoanálisis, Buenos Aires, 1990, p. 43
2- Dolto, Francoise, Prólogo de La primera entrevista con el psicoanalista, Manonni, Maud, Gedisa, Barcelona, 1994.
3- -------------------- Seminario de psicoanálisis de niños 3, Siglo XXI, México, 1991, p. 154
4- -------------------- El caso Dominique, Siglo XXI, México, 1999, p.7
5- Nasio, Juan David, La clínica de Francoise Dolto. Un testimonio, en Revista Zona Erógena N| 43, Buenos Aires, 1999
6- Mannoni, Maud, La primera entrevista con el psicoanalista, Gedisa, Barcelona, 1994
7- ------------------- Reportaje a Maud Mannoni. Niñez e institución, en Revista Zona Erógena N°10, Buenos Aires, 1992, p. 17
8- ------------------- Lo que falta en la verdad para ser dicha, Nueva Visión, Buenos Aires, 1991, p. 33
9- Waserman, Mario, Espacio de Seminarios. Buscando nuestra posición, en Postdata N° 1, Editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1997, p. 50
Notas al pie
Mannoni, Maud, La primera entrevista con el psicoanalista, Gedisa, Barcelona, 1994.
Op. Cit. p. 15.
El resaltado me pertenece.
Op. Cit. p. 45
Waserman, Mario, Espacio de Seminarios. Buscando nuestra posición, en Postdata N° 1, Editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1997, p. 50.
Veremos posteriormente que ambas autoras plantean ciertos matices.
Op. Cit. p. 29
Hay en Freud un antecedente sin dudas importante de las llamadas teorías transgeneracionales en psicoanálisis la idea del narcisismo infantil como re-edición del narcisismo de los padres es una muestra de ello. Se podría pensar también el entramado histórico postulado en Moisés y la religión monoteísta
Op. Cit. p. 29
Dice Maud Mannoni: “En cualquier caso, ponerse a la escucha del discurso colectivo es estar atento a lo que, en la enfermedad del niño, no es sino el síntoma de lo que no marcha en el medio que lo rodea” Mannoni, Maud, Lo que falta en la verdad para ser dicha, Nueva Visión, Buenos Aires, 1991, p. 33
Dolto, Francoise, Seminario de psicoanálisis de niños 3, Siglo XXI, México, 1991, p. 154
Mannoni, Maud, Lo que falta en la verdad para ser dicho, Nueva Visión, Buenos Aires, 1992, p. 10.
Nasio, Juan David, La clínica de Francoise Dolto, Un testimonio, en revista Zona Erógena N°43, Buenos Aires, 1999.
Dolto, francoise, El caso Dominique, Siglo XXI, México, 1999, p.7
Gurman, Isidoro, comunicación personal.
Idea, por ejemplo sostenida por Mario Waserman al afirmar que “Cuando llega la ruptura lacaniana se barre con todos los aportes de los desarrollos kleinianos. Se escucha sólo el discurso de los padres y la patología que esto provoca, y se deja de lado todo lo que tenga que ver con el chico. Op. Cit. p. 53. Nuevamente es una verda tal vez parcial, no es la impresión que uno tiene al recorrer por ejemplo las páginas del caso Dominique
Bleichmar, Silvia, Aperturas para una técnica en psicoanálisis de niños, en Trabajo del psicoanálisis, Buenos Aires, 1990, p. 43
Op. cit. pp. 44-61.
Mannoni, Maud, Reportaje a Maud Mannoni. Niñez e institución, en Revista Zona Erógena N°10, Buenos Aires, 1992, p. 17
El resaltado me pertence.
Dolto, francoise, El caso Dominique, Siglo XXI, México, 1999, pp. 196-197.
sábado, 2 de junio de 2012
Adicciones y Mal- estar en la cultura
Cómo soportar, se pregunta Freud, la errancia de la pulsión, la imposibilidad de encuentro pleno entre la pulsión y su objeto. Marca trágica de la sexualidad humana que re-vela –en un movimiento repetido- la imposibilidad de acceso total a aquello que se desea. El acceso a la cultura implicará entonces ciertas operaciones de renuncia pulsional –prohibición del incesto mediante- cuya consecuencia será –nos dice Freud- la infelicidad: Cito a Freud: “…nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas”. No hay entonces acceso a la cultura sin costo: La neurosis y el superyó serán el peaje necesario para este acceso. Entonces, podría pensarse a la neurosis como el mal- estar en el campo de la cultura.
En El Malestar en la cultura Freud menciona que para soportar la vida son imprescindibles los quitapenas, los lenitivos. Freud va a nombrar algunos: el arte, la religión, la filosofía, la neurosis, los tóxicos. Ante la renuncia pulsional el tóxico aparece, imaginariamente, como un velo capaz de restituir imaginariamente un goce perdido que ha devenido insoportable. Cito a Freud:
“Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles. Para soportarla, no podemos pasarnos sin lenitivos (…) Los hay quizás de tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria; satisfacciones sustitutas que la reducen, narcóticos que nos tornan insensibles a ella. Alguno cualquiera de estos remedios nos es imprescindible”.
Y más adelante agrega:
“El aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas. Es claro que la felicidad alcanzable por tal camino no puede ser sino la quietud”.
Retomo la cita: la relación con el otro, el desear, implicará una dimensión en donde la ausencia de ese otro –en este sentido tanto fuente de placer como de dolor- no es controlable ni manejable. Es decir, establecer un vínculo con otro va a implicar siempre una relación con la ausencia de ese otro. Es difícil soportar que la mente del otro sea enigmática, inaccesible hasta cierto punto; es dificultoso soportar el misterio que significa la mente del otro. Siguiendo en este punto a Piera Aulagnier diría que hay en el sujeto placer por representar el deseo y al mismo tiempo deseo de no desear, de no representar, de abolir todo deseo y toda representación. Recordemos que en Freud el representar y el desear son consecuencia y efecto de la pérdida del objeto originario. La quietud, el repliegue narcisista estarían del lado de un intento –mortífero- de acallar el ruido producido por Eros. Si, a partir del veinte, la pulsión de muerte se presenta como fuerza desligante –tanto de las representaciones como de los vínculos eróticos con el objeto- la clínica actual muestra variadas formas de repliegue narcisista en donde lo que prima es la ilusión de abolir toda distancia con el objeto o desinvestimentos objetales, abolición del otro cuyo efecto paradójico es que se pierde una de las dimensiones esenciales de lo humano. Dice Freud en el Malestar en la cultura “Jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado a su amor”. Entre los ideales propuestos por la cultura está aquel que propone –según la expresión de Emiliano Galende- una “subjetividad sin tragedia”. Renegación mediante, se intenta abolir todas aquellas manifestaciones de la condición trágica del ser humano, la supresión de la alteridad, de la diferencia.
Sería una de las líneas a pensar en relación al tema de la adicción.
Soportar entonces la vida conlleva a la pregunta de cómo hacer tolerable la ausencia del objeto y, en todo caso, de qué forma de ausencia se trata en un sujeto y con qué recursos cuenta. Sabemos que en la neurosis el recurso es la representación, el sueño, la fantasía e, inclusive, el síntoma. El objeto ausente es representable porque ha habido una introyección del mismo, se puede evocar al objeto ausente por medio del recuerdo, de la representación. Está, entonces, el recurso de la representación que podríamos situar en una secuencia que va de la primera experiencia de satisfacción, al fort-da, a la perdida de los objetos parciales de la pulsión, a la castración. Pérdidas a atravesar y que tienen un valor estructurante, intermediada por tiempos lógicos y cronológicos. (que en esto son importantes)
Si en la neurosis la pérdida se juega, más que nada, al modo de la castración; en las estructuras más de borde la pérdida es vacio, abismo sin límites y las angustias se juegan alrededor de la intrusión o la separación. Verdadero pasaje de la abstinencia de goce, de la carencia de goce inherente a la prohibición del incesto, al vacío, más que nada, vacío de representación que deviene en terror.
La pulsión no mediatizada por representantes su ubica del lado de lo tóxico, lo traumático, el modelo es el acto, más que el sueño. Joyce McDougall habla de acto-síntoma para describir estados en los cuales cantidades de energía no metabolizadas deben ser descargadas mediante ciertos actos que aparecen en lugar de lo que debería haber sido una representación mental, una elaboración psíquica. Para usar una expresión de ella, la salida adictiva, -como técnica de supervivencia- tiene que ver con el lugar y la función que un objeto tiene en la economía psíquica del sujeto. En este sentido, cualquier objeto u actividad puede cumplir una función adictiva: relaciones de pareja donde el otro funciona como objeto de necesidad narcisista, compras, comida, internet, el psicoanálisis mismo: Puestas en acto donde ilusoriamente se borra una ausencia y se maneja imaginaria y mágicamente la presencia y la ausencia del objeto. Actividades de descarga cercanas al funcionamiento psíquico de un bebé. Dice Mc Dougall: “un infans (sin palabras) al no tener acceso al uso del pensamiento verbal está empujado a responder desde la acción dirigida a descargar la experiencia de dolor y a comunicar su estado de necesidad”.
Winnicott hablaba, en relación al vínculo inicial madre-bebé de una “preocupación maternal primaria” que consiste en que la medre está en un estado mental de identificación casi total con las necesidades de su bebé. Aquí es importante el “casi” porque deja un resto, una distancia que opera como una potencialidad simbólica. Esta identificación con las necesidades vitales y psíquicas del bebé permite realizar las actividades de sostén. En este sentido, la madre suficientemente buena, no perfecta –ya que esa sería una madre psicotizante- es la que puede dar sostén con su presencia simbolizante y también puede ausentarse. Hay madres que no soportan ausentarse, dejarse sustituir, dejar espacios de ausencia para ser pensadas: se instala precozmente una relación adictiva, por parte del niño, a la presencia materna y a sus cuidados. Hay entonces un fracaso, por exceso de presencia, en instalar intrapsíquicamente la representación del objeto materno: esto deriva en una dificultad en identificarse con dichas representaciones internas que permiten contener las experiencias afectivas, autocalmarse en momentos de tensión, de angustia, externa o interna.
El fracaso del recurso a la representación lleva entonces a intentos, siempre fallidos, de cancelación tóxica del dolor mediante un objeto externo. Objetos que dispersan el afecto mediante la dependencia, el intercambio agresivo o el contacto sexual compulsivo. La actividad adictiva viene como suplencia del objeto transicional que no se ha llegado a construir, deslizamiento desde el objeto transicional a los objetos “transitorios”, al decir de McDougall. Lo compulsivo entonces es testimonio del fracaso en la ligazón de la pulsión, intento autocuración de ciertos estados psíquicos que cabría agrupar en:
a- angustias neuróticas
b- angustias paranoides y estados depresivos severos
c- angustias psicóticas.
En los tres estados subyace un terror al vacio que amenaza la identidad subjetiva. De allí que, no en pocas ocasiones, “adicto” funcione como una especie de tarjeta de presentación que hace a una suerte de suplencia a algo del nombre propio que no se ha llegado a constituir. Prótesis de una identificación fallida en donde el “soy” adicto revela algo de la dimensión del ser, de la pseudo consistencia yoica, del déficit o del exceso de presencia materna que siempre tendrá algo de maligno. Uno de los problemas es que la demanda de análisis no se puede instalar sólo en nombre de la “toxicomanía”. Es necesaria una interrogación por parte del sujeto de la posición que ocupa en relación a su sufrimiento. Es responsabilidad del analista no hacer más consistente esta ortopedia identificatoria con la cual el sujeto se presenta.
Señala Fernando Gueverovich que “el hecho de que nuestro tiempo sea testigo de una mutación de lo simbólico puede observarse especialmente en la evolución de la jerga popular en el sentido de una des-metaforización: las estructuras “con síntomas” (neurosis, psicosis, perversiones) portadoras de sentido, de metáforas, se verían progresivamente reemplazadas por estructuras “con prótesis”: bulimia, anorexia, adicciones, depresión esencial, es decir, caída del tono afectivo”. La adicción, la bulimia, la anorexia efectúan este pasaje del síntoma a la prótesis, del sueño al acto. Es interesante destacar el hecho de que Freud realiza el pasaje inverso en su devenir analista: de la cocaína al sueño.
Es posible demarcar dos vías adictivas: aquella en la que la adicción aparece como un intento de acotar una presencia materna cuyo exceso impide la pérdida de goce necesaria para producir el trabajo de los representantes y del deseo y aquella otra en que lo adictivo aparece haciendo suplencia de ciertos déficits en la función materna: en este último sentido Alan Fine menciona que “la adicción estará allí para llenar ese defecto, incluso la brecha pulsional y narcisista del yo, para llenar también las angustias arcaicas surgidas de un hostigamiento ilusorio” Riesgo de invasión por parte de la pulsión de muerte, de lo traumático que, en una repetición al infinito es testimonio del fracaso en la simbolización. Dice Héctor López: “Además de desdeñar una teoría que coloque como causa a lo cultural y social, Freud, pareciera indicar que la intoxicación es el efecto de una incapacidad para establecer una mediación entre el sujeto y el objeto, función que generalmente otorga a la fantasía” Fantasía, sueño, como modos de tramitación pulsional parecen estar narcotizados o no constituidos como recursos en la adicción. Esto lleva a López a afirmar que la adicción es una dimensión que no funciona según la lógica del significante, sino según la indecibilidad de lo real: Cito a Héctor López: “Si el sujeto, para interponer el nivel fantasmático ante lo real del goce, recurre a la droga, es porque algo falla en la organización de la fantasía…”. Patologías del acto que aparecen como figuración fallida de lo no pensable. El tóxico funciona como una barrera frente al dolor, dolor que deviene impensable, improcesable, innombrable y sólo puede ser puesto en acto. Julia Kristeva afirma que “…en la medida en que es pensado-escrito-representado, este goce es un atravesamiento del mal, razón por la cual constituye, quizás la manera más profunda de evitar ese mal que sería…el cese de la representación y de la interrogación”
He tenido una experiencia de trabajo con pacientes adictos internados en modalidad de comunidad terapéutica, allí es posible observar que, en general, estos pacientes presentan aspectos muy transgresivos. Por ejemplo, todas las reglas de la institución son frecuentemente burladas; en las historias personales generalmente se encuentran deprivaciones –en el sentido de Winnicott- junto con ausencia de registro de la ley o un sistemático ataque a ésta. El tóxico funciona inicialmente como un objeto idealizado y posteriormente como un objeto muy persecutorio, la lógica de pensamiento persistente es esquizo-paranoide; independientemente de que el consumo haya sido abandonado. La relación con el tóxico, el modo del tratamiento del dolor donde aparece como impuesta una cancelación tóxica del mismo (a falta de otros recursos) siempre tiene algo de tiránica.
Resulta también un fenómeno interesante el hecho de que la institución, muy frecuentemente, “reproduce” en su discurso y funcionamiento este mismo modo de pensamiento: la droga como “mal”, como “flagelo” son muestras del maniqueísmo enquistado como patología institucional. Es parte del lugar del analista no hablar en nombre del “bien” sino interrogar las condiciones de producción de los fenómenos de la subjetividad promoviendo un cambio de posición en el sujeto.
La abstinencia del paciente es un tema controversial en el llamado “tratamiento de las adicciones” (y esta manera forma coloquial denuncia una encerrona, un obstáculo en tanto como analistas hay el riesgo de reproducir el borramiento del sujeto operado por el tóxico: el riesgo de que adicto borre a sujeto, es decir, no tratamos adictos o adicciones, tratamos sujetos, apostamos –inclaudicablemente, al sujeto). ¿Exigir la abstinencia como condición del encuadre? ¿Es la abstinencia exigida al paciente una oscilación entre la posición analítica y la posición médica? ¿Se puede exigir al sujeto que prescinda del tóxico cuando no hay recursos –por el momento- para realizar una sustitución por la vía significante? En ocasiones la prohibición dictada por un terapeuta o una institución puede ser entendida por el sujeto como un sacrificio que empuja a pasar al acto. ¿Hay una clínica de las adicciones o con las adicciones? La clínica con sujetos que sostienen una adicción, como toda clínica cuyo marco es la urgencia, coloca al analista frente a una encrucijada. La de su propia abstinencia. Abstinencia que es su máxima implicación, abstinencia que no es neutralidad sino apuesta a producir un espacio de simbolización. Es necesaria la confianza en el método sin desmentir sus límites, confianza en el método es no actuar como bombero, ni normalizador, ni salvador de almas. Le Poulichet nos pone sobre aviso: la adicción propicia una prisa por concluir rellenando los inquietantes huecos que denuncia en nuestro saber y en nuestro hacer y en nuestro saber-hacer. Y la adicción propicia también una tentación de curar y de salvar a un paciente, técnica activa mediante. En este punto Le Poulichet nos dice que “…parece escencial que el analista pueda situarse de tal modo que no está en posición de prohibir ni prescribir nada, y el paciente regle por sí mismo su elección frente a la cura: que en todos los casos ésta sea asunto de él”; en este sentido lo único que un analista puede demandar es que un trabajo sea posible, que el paciente se organice para estar en condiciones de hablar de sí mismo en las sesiones.
Por el lado de la clínica:
Durante un par de años trabajé en una institución de las llamadas “para adictos”. Parte de mi trabajo consistía en “hacer guardias”, la palabra, ahora que la escribo- y retroactivamente- me hace pensar en toda una posición a delimitar: podría haber titulado este trabajo “Sobre la función de un analista en posición de guardia” –cosa que en aquel tiempo, tiempo de mis comienzos en la práctica, me interrogaba mucho. Se me ocurre pensar que, más que en guardia al estilo policíaco –cosa que abunda en las comunidades terapéuticas- la función de “un” analista de guardia tiene que ver no con el funcionamiento del superyó sino con ser guardia de una apuesta por la producción simbólica, historizante. Si, tal como decía Freud el sueño es el guardián del dormir, el analista es el guardián del trabajo elaborativo, trabajo que tendría que tender –en los intersticios que deja todo sistema institucional- a instaurar un espacio de producción significante. Es muy difícil trasladar el dispositivo analítico a la institución. En las instituciones a veces hay que intervenir en los pasillos, en los baños, en la mesa durante el desayuno. Pero no es lo mismo que estas intervenciones –en los márgenes, marginales- las haga un enfermero, un médico, un juez o que las haga un analista.
No hay cuadros de Freud en las comunidades terapéuticas, mucho menos divanes. Pero, a veces hay analistas, que el diván lo tienen en la cabeza, porque han introyectado la función analítica. Darle lugar al otro, aunque por el momento no haya palabras, y mejor no forzar las palabras cuando no las hay. Hay que tener muy en cuenta que caer del otro no sólo es terrorífico, sino peligroso. Entonces, ya sea en un consultorio privado o en una institución esta posición creo que es imprescindible: poder darle lugar al sujeto. Desde el deseo de escucharlo y no de educarlo, medicalizarlo o castigarlo. La apuesta es dar un espacio donde una simbolización posible pueda advenir.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Acerca de lo marginal
Lo marginal es aquello que hace a la estofa del psicoanálisis. En mis lecturas prefiero la escritura al margen que la monotonía del resumen. Prefiero lo disperso de la nota con grafía apresurada que se escribe a un costado de la hoja que la seguridad de la síntesis, esa especie de burocracia intelectual que termina por reducir el texto y volverlo ecolálico.
De esta forma, en la clínica, vamos transitando por los detalles, lo marginal del detalle, ese desliz al hablar, esa homofonía que produce cambios de vía en la intención consciente del decir, ese elemento absurdo del sueño, que no encaja, esta tos, ese carraspeo al hablar, esas filigranas del inconsciente.
Escena psíquica marginal, la del inconsciente, esa otra escena donde todo transcurre sin tiempo, sin contradicción, en una lógica otra que la de la consciencia, imperceptible, salvo por sus rastros. Cada vez tiendo más a pensar que el trabajo del analista como un oficio más que como una profesión. Tal vez, uno de los oficios más extraños, donde a aquel que sufre se lo conmina a hablar y decirlo todo. A su vez nos comprometemos a escuchar. Escuchamos los restos, eso que cae por fuera de la historia oficial, historias marginales. Soportamos el resto, trabajamos de soporte: soporte de la transferencia.
Freud no cede. Tiene una convicción, no la suelta. Sus textos, Freud (¿es separable Freud sujeto de su producción escrita?) no ceden, en dos sentidos: no ceden en sus palabras y, por otro lado, no ceden al paso del tiempo. Aguantan, todavía dicen mucho. Intentamos no ceder, no soltar, defender nuestro método, que no es otra cosa que nuestra posición abstinente.
Si el analista tiene un oficio entonces, no es otro que el del tropiezo: los tropiezos de la historia deseante, de los amores perdidos, de las palabras que caen y se levantan, de los traumatismos que no llegan a articularse, de los dolores ahogados. Lo irreductible del tropiezo humano que, trágicamente para unos y tragicómicamente para otros, denuncia que el deseo humano no es reductible a la necesidad.
domingo, 6 de noviembre de 2011
Algunas notas sobre el espacio analítico
Este escrito surge como un intento de puesta en cuestión, de continuar la impronta freudiana de permanente interrogación sobre aquello que define el quehacer del analista en su acto, de un permanente intento de dar cuenta de la implicación en aquello que sostenemos como práctica.
Un primer punto que nos interroga, y la cuestión no es nueva: ¿qué es lo que permite situar una determinada práctica como enmarcada dentro del psicoanálisis? Dicho de otro modo: ¿qué es lo que permite a alguien sostener que algo es psicoanálisis o no lo es? ¿Podría caracterizarse el psicoanálisis, por ejemplo, por el uso del diván? Al respecto, Juan David Nasio sugiere que lo indispensable para considerar una práctica como psicoanalítica es el acto inaugural en donde es enunciada la regla fundamental.
La cuestión, entonces, insiste: ¿Qué caracteriza a determinado espacio como analítico, qué es lo propio del análisis? ¿La transferencia? ¿Es la frecuencia de sesiones semanales? Lo propio del análisis es el Método analítico: recordemos a Freud: el análisis es para él:
1- un método de investigación para indagar los procesos anímicos inconscientes
2- una terapéutica
3- una teoría
Notemos entonces, y la cuestión es firmemente resaltada por Laplanche, que lo que se ubica en primer lugar es la cuestión del método cuya implementación coincide con el punto 2. De allí que Freud sostuviera el lazo entre terapéutica e investigación.
Entonces se podría pensar: hay potencialidad de análisis a partir de que el analista enuncia la REGLA FUNDAMENTAL del método, a partir de que aquello que da sostén lógico al método es enunciado por alguien.
- Sobre el uso del diván: ¿cuál es su lógica?
a- al salirse el analista fuera del campo visual del paciente va a promover la emergencia de imágenes en el paciente, puesta en escena de otro tipo de representaciones a las verbales. Aunque, por supuesto, no sin ellas.
b- Acotamiento de lo imaginario en provecho de una apuesta a la emergencia de lo simbólico, acotamiento de la pulsión escópica (tanto para el paciente como para el analista) que promueve el despliegue de la red asociativa (aunque no lo garantiza)
Sostenemos la idea de que el pasaje de un paciente al diván no depende del tiempo cronológico dado por una determinada cantidad de entrevistas más o menos estipulado de antemano. Sino de un momento lógico en el que el analista lee principalmente tres cosas en el discurso del paciente:
1- una pregunta del sujeto en relación al sufrimiento que lo atraviesa y a su implicación en el mismo
2- el deseo en el sujeto de analizarse
3- Un determinado movimiento subjetivo que ubica al analista como el otro de la transferencia, es decir del amor.
Esto implica que el pasaje de un paciente al diván no es un acto administrativo, es un acto simbólico, inaugural. ¿Es allí donde comienza el tratamiento? No necesariamente. El inicio del tratamiento es un momento lógico, tal vez, sólo situable a posteriori.
Sobre el tema del encuadre: Sergio Rodríguez, psicoanalista argentino, presenta la idea de que encuadre es el discurso. Es una idea atractivaen tanto des- sacraliza, des- obsesiviza el encuadre, la aplicación burocrática y automática del mismo.
A nuestro entender, el encuadre es marco del acto analítico, cubeta (usando el término propuesto por Laplanche) que va a instaurar las condiciones, aunque nuevamente no la garantía, de un espacio analítico: sobre éste decimos que es un espacio pulsional. Recordemos que Freud sostenía que el último término de la cadena asociativa son las mociones pulsionales, de ahí la lógica que sostiene el trabajo asociativo. Se trata, a nuestro entender, de propiciar que el paciente amplíe la red asociativa, tendiendo a un trabajo que toque lo pulsional. Si un trabajo “analítico” no toca las mociones pulsionales no puede ser considerado, a mi entender, como tal. Sabemos que la sobreabundancia de interpretaciones a veces, paradójicamente, “tapa” la boca al paciente, cristalizando síntomas, “engordando” o fijando una determinada formación sintomática. Creemos que el análisis no debe “hacer saber” nada en particular al paciente sino posibilitar que alguien se pregunte, se interrogue en relación a sus determinaciones deseantes.
Freud sostuvo siempre que el trabajo analítico debe realizarse en la superficie psíquica. Algunos de sus discípulos han entendido esta propuesta como un trabajo que parte de las resistencias hacia lo pulsional. A partir de la lectura de Lacan encontramos una propuesta diferente: el Inconsciente está en la superficie, no se trata de ninguna “profundidad” a alcanzar mediante la interpretación. Inclusive Freud se oponía a esto. El trabajo se realiza sobre el preconsciente. A partir de los hilos lógicos presentes en la red de asociaciones (pensar por ejemplo en las “gotas” de Dora)
Freud no deja de alertar a los analistas sobre la tentación “curandis”, devenida en muchos casos, furor de interpretar directamente el “núcleo” patógeno, en términos de Psicoterapia de la Histeria.
En este momento notamos que, a partir del tema del encuadre y a la manera de deriva hemos arribado hacia cuestiones relativas a nuestra manera de pensar el proceso analítico. Sin duda creemos que no es una deriva casual sino comandada por el lugar que asignamos a la función del analista en relación con la posibilidad de instaurar un proceso. Intentaremos retomar entonces la cuestión:
¿De qué depende la instauración del espacio analítico? En primer lugar depende de los rehusamientos del analista, de lo que el analista rehúsa hacer, a saber:
Opinar
Ordenar
Interpretar de memoria
Enseñar
Discutir medios y fines de la realidad externa del sujeto
Vemos entonces que con esta enumeración tocamos el tema de la abstinencia del analista, abstinencia que nos interesa distinguir de “neutralidad”. La abstinencia es inherente a la puesta en suspenso del saber teórico por parte del analista para dar lugar a la emergencia en el paciente de sus libretos fantasmáticos. Desde las recomendaciones de Freud y Lacan (quien en el Seminario III, por ejemplo, llama a los analistas a evitar “comprender”) hasta el “sin memoria y si deseo” de Bion (sin deseo de “curar” y sin “memoria” teórica) encontramos un hilo común que tiene que ver con el lugar al cual el analista es convocado. Lacan nos presenta una idea interesante: el analista paga caro por su acto en tanto su persona queda en el irremediablemente de lado. Idea a la que nos acerca también a su noción de deseo del analista.
El encuadre no es otra cosa que un hecho de lenguaje posibilitador de un cierto despliegue del mundo fantasmático del sujeto analizante. Coordenadas que definirán allí una cierta posibilidad de circunscribir un espacio, a la manera de perímetro dentro del cual, como decíamos anteriormente va a instalarse, o no, un proceso posible.
miércoles, 31 de agosto de 2011
Libro Conrado Zuliani
Esta nueva entrada es para comentarles que ha salido publicado mi libro "Destinos de la simbolización: el fenómeno psicosomático". Se puede conseguir, por ahora, en Amazon. Les dejo aquí en el blog un pequeño resúmen. Saludos, Conrado Zuliani.
El fenómeno psicosomático interroga al método psicoanalítico por situarse en el límite de lo interpretable y lo representable, frontera a su vez entre lo médico y lo psicoanalítico a partir de la cual se dibuja, tal vez, un trabajo posible. Fue también desde un límite que Freud se vio interrogado por los sueños de las neurosis traumáticas, interrogación que le permitió hacer pensable un principio de funcionamiento otro que el del placer, más allá del principio del placer en el cual la compulsión aparece como acto que intenta figurar, fallidamente, la mudez de la muerte.
Tal vez, la enfermedad “psicosomática” nos enfrente a un fenómeno en el que es posible pensar que el conflicto psíquico se borra produciendo, para decirlo rápidamente, una marca directa en el cuerpo real sin mediación imaginaria, entendiendo ésta última, en sentido amplio, como imágenes o representaciones de cosa y/o de palabras que en sus diferentes combinatorias y abrochamientos posibles constituyen la materia prima del mundo fantasmático, es decir, tomamos el sueño como modelo y la formaciones análogas a éste durante la vigilia, remarcando el hecho de que lo fantasmático es sostén y vehículo del deseo inconsciente y que su modo de satisfacción es la vía alucinatoria.
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