sábado, 26 de marzo de 2011

Encrucijadas. Freud<>Nietzsche

          Nuestras visiones más elevadas deben forzosamente parecer locuras, y a veces hasta crímenes, cuando, de manera ilícita, llegan a orejas de los que allí no están ni destinados ni predestinados. F. Nietzsche – Más allá del bien y del mal. ( 1905)

        En el presente trabajo intentaremos hacer trabajar una posible relación entre algunas ideas, nociones y conceptos de Nietzsche y Freud. Hacer trabajar la fecundidad de un posible encuentro tanto como los puntos de divergencia entre uno y otro.
        En tanto ambos se han interrogado acerca de las condiciones de la existencia humana y las formas del malestar, creemos oportuno leer desde sus perspectivas aquello que en Freud define el campo de la neurosis, es decir el malestar en la cultura.
        Para esto, partiremos de una primera pregunta: ¿qué es la verdad? Intentaremos bordear el estatuto que ésta toma en las teorizaciones de Freud y Nietzsche; así como también la manera en que tradicionalmente se asocia, con demasiada facilidad la verdad a la realidad como hecho objetivo y objetivable.
        Nuestros autores se caracterizan por haber interrogado lo que de estas dos nociones se presenta como observable, naturalmente dado. Ambos emprenden un camino que intenta despejar lo que del ser humano permanece en lugares recónditos, produciendo un descentramiento de aquello que el sentido común presenta como “natural”. Al respecto son propias las palabras de Nietzsche en el Prefacio de Genealogía de la Moral “…Y es que fatalmente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos comprendemos, necesariamente tenemos que confundirnos con otros, estamos eternamente condenados a sufrir esta ley: “Cada uno es el más extraño a sí mismo, no somos de esos que buscan el conocimiento”…”
           En uno de sus últimos artículos Freud señala que el delirio psicótico contiene, entrama, aloja un núcleo de verdad, situando esta verdad como histórica y como “intento de curación”. Efectúa así un descentramiento de lo que impone como dato el sentido común. Lo más “loco” - o aquello más alejado de “la realidad”- para el observador coincide con la verdad. Lo más “enfermo” coincide con un intento de restablecimiento, de curación. Freud cuestiona de esta manera el saber oficial de la medicina. De manera similar compara en el caso Schreber la estructura del delirio con la estructura de sus teorizaciones sobre la libido.
       Primer subrayado: la verdad histórica. Es esta una noción compleja si la acercamos a la idea de realidad. Propongo otra lectura: verdad como entramado lógico que aloja al sujeto. He aquí la impronta del pensamiento freudiano. Freud resigna, pierde “La realidad” como acontecimiento objetivo para encontrar las huellas –esas que en Moisés dice que es necesario borrar- de la realidad psíquica. De la teoría traumática, de lo real del acontecimiento a lo real de la fantasía. Del trauma como acontecimiento al trauma como vacío de significación. 
        También, más o menos temprano, Freud entiende que hay en los sueños eso que él llama “ombligo del sueño”. Sería posible decir que es allí donde la verdad se aloja, asentándose como punto de imposibilidad, como punto evanescente de verdad “pura”.  En Nietzsche encontramos la referencia a la  “cosa en sí” kantiana (Nietzsche, F. Sobre mentira y verdad en el sentido extramoral. Ed. Tecnos. Madrird, 2001. p. 22) –la verdad pura- como inalcanzable. Agregaríamos: es a partir de eso que se habla, que el lenguaje se entreteje como red en el intento de cernir la cosa, la “enigmática x de la cosa en sí” (Nietzsche, F. Sobre mentira y verdad en el sentido extramoral. Ed. Tecnos. Madrird, 2001. p. 22)
        Dicho de otra manera: el sujeto construye entramados de representantes, mundos de significación como litorales de eso que, por definición, permanecerá inaccesible. En términos freudianos diríamos que la madre como presencia deviene das ding dando apertura a la constitución del sujeto.
        De un lado –Nietzsche- el lenguaje envía al sujeto lejos de sí mismo, de su verdadera naturaleza. El lenguaje no tiene otra chance que la de elaborar decires metafóricos; del otro lado –Freud- el sujeto humano pierde su naturaleza a partir del encuentro con el Otro materno sexualizante, al cual el sujeto deberá perder para empezar a inscribir-se en el campo de la cultura, campo que es posible situar junto a Nietzsche y Freud como campo de lenguaje.
        Allí donde lo social, mediante la instrumentación de un saber oficial –el de la psiquiatría- sanciona una mentira (el delirio, el síntoma histérico) Freud sitúa una verdad, que no será una verdad a priori sino a construir en el trabajo con su paciente.
        Freud sabe entonces que la verdad insiste en la formación sintomática y, en el peor de los casos, en la compulsión repetidora. He aquí la verdad en su faceta de demonio.
De esta manera, sería posible ver en este punto un hilo conductor entre nuestros dos autores. Éste consistiría en la fuerte interrogación por parte de ambos acerca del lugar de la cultura en la causación del malestar.
        En ambos es posible situar el padecimiento humano en relación con la renuncia pulsional impuesta al sujeto por lo social. Cito a Nietzsche: “El hombre descansa sobre la crueldad la codicia, la insaciabilidad, el asesinato…”.  (Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.. Ed. Tecnos, México, 2001, p.20) La razón será entonces la apariencia que encubre la porción indómita de la naturaleza humana.
        De la misma manera, Freud sabía que el precio que paga el sujeto por acceder a la cultura es la instalación del superyo, transacción realizada en moneda neurótica. Esto mismo es lo que entrevé Nietzsche: “Esa manera de tratarse a sí mismo, esta crueldad contra sí mismo del animal humano introducida (en Freud el superyo es la autoridad parental internalizada) en su vida interior (…) y que inventa la mala consciencia para hacerse daño, desde que la vía natural de este deseo de hacer mal le fue coartada…”
(Nietzsche, F. Genealogía de la moral. Ed. Porrúa. México, 1999. P. 187.)
        Sí, ambos sabían que “En el hombre hay tantas cosas espantables. Al mismo tiempo ambos trascendieron, superaron el horror para poder pensar en ello.
        Para Freud la cultura reposa sobre la interdicción de lo espantable. De aquí se desprende que el lugar del sujeto en la cultura no sea otro que el malestar: “…jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan “desamparadamente” infelices como cuando hemos perdido el objeto amado a su amor. Para Freud una de las formas de lo sacrificial estará en relación con conservar el amor del superyo, figura hostigante de cuya severidad Freud hacía depender la gravedad de la neurosis.
        Al respecto resulta sumamente interesante la siguiente consideración de Nietszche: “El valor de lo verdadero se ha presentado a nosotros (…) ¿quién de nosotros es Edipo? (Nietzsche, F. Más allá del bien y del mal. Ed. Porrúa, México, 1999, p. 5)
        Arribamos nuevamente a un vector común entre Freud y Nietzsche: en ambos la verdad no es sin consecuencias y sabemos que aquel que se ha atrevido a la verdad tuvo un destino trágico. Tal vez por eso Freud situaba como un desenlace deseable de la labor terapéutica el pasaje de la miseria neurótica al infortunio común. También consideraba al espacio analítico como un lugar en donde –transferencia mediante- eran convocados los demonios y el analista no podía desentenderse de su responsabilidad al respecto.
        Si para Nietzsche la razón de ser se encuentra en la “cosa en sí” y en ninguna otra parte, Freud encontrará a la cosa en sí perdida y produciendo un efecto de verdad. En ambos encontramos un saber oficial fuertemente cuestionado, saber de las apariencias que al caer posiciona al sujeto de manera diferente frente a un saber que no sabe que sabe.
        Si la idea en Nietzsche es que la realidad es un constructo, en Freud reencontramos esta problemática en relación a la cuestión de cuál es la operatoria mediante la cual el sujeto lee la realidad. En una y otra vía de pensamiento encontramos la noción de un sujeto productivo, activo en relación con las coordenadas subjetivas a partir de las cuales la realidad es cifrada. Podría decirse que perdida la cosa en sí, el sujeto producirá un andamiaje psíquico en el cual sostenerse. Construcción realizada sobre un desgarro fundacional a partir del cual las producciones culturales llevarán la impronta de la desarmonía, la desproporción entre la satisfacción obtenida y la esperada.
        El análisis es un llamado a la responsabilidad psíquica del sujeto en relación a su fantasma. Nietzsche no era ajeno a esto. Ambos, Freud y Nietzsche han transitado el camino de lo obvio para encontrar en lo sabido el lugar de lo extraño, de ese extraño que es el sujeto humano para sí mismo.
        Freud se pregunta en El porvenir de una ilusión ( 1927) si es posible reducir el sacrificio que la cultura impone al individuo. Esa misma pregunta interpela al analista, se re-edita en cada análisis; ¿Es posible reducir esta voluntad del hombre de encontrarse culpable y reprobado hasta hacer su expiación imposible, su voluntad de verse castigado sin que nunca el castigo pueda ser el equivalente de su falta? (Nietzsche, F. Genealogía de la moral.. Editorial Porrúa, México, 1999, p. 187).
La cuestión se pone en juego en cada análisis, en el intento de tramitación psíquica, en la construcción de un espacio subjetivo que entrama eso que Winnicott llamaba “historia personal”.
        Decíamos con Freud: de la miseria neurótica al infortunio común, agregamos: del trauma a la historia se constituye el andamiaje del sujeto. Nietzsche de-vela determinadas construcciones sociales, mostrando el costado descarnado de la existencia humana que intentan obturar, a su vez Freud cuestiona a la consciencia como amo de lo psíquico, dándole en este movimiento un lugar al sujeto.
        Para finalizar, hacemos nuestras las palabras de Emiliano Galende: “Todas las formas de institucionalización se hacen en nombre del bien del individuo: la escuela, la justicia, la medicina, la psiquiatría. El dolor mismo que causan en el individuo, índice del malestar que contienen, es señal del bien que hacen. Sólo el psicoanalista frente a los materiales que trata, no se plantea hacer el bien. Se propone que la palabra emerja en el sujeto y está dispuesto a aceptar sus consecuencias. Interroga más bien a las normas pedagógicas y a las reglas de la educación, como interroga al mito o a la fantasía, al delirio o a la cultura. (Galende, E. Psicoanálisis y salud mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica. Paidós, Buenos Aires, 1994, p. 35.)










sábado, 19 de marzo de 2011

Casa tomada ¿Con qué soñó Cortázar? (Relación con la alteridad)

Marisú Vallejos, psicoanalista de Rosario, Argentina, me envió un texto sobre Casa Tomada que considero vale la pena compartir.

Casa tomada: ¿Con qué soñó Cortázar? (La relación con la alteridad)
Marisú Vallejos

Psicoanálisis aplicado, psicoanálisis extramuros o en extensión -al decir de Laplanche-, importación de un hecho literario para hacer hablar a la teoría, ejercicio de lectura sobre lo escrito por un escritor, Cortázar, que se cuenta soñante; soñante que despierta, escribe su sueño y lo transforma en cuento: Casa tomada.
El cuento parece que ha tenido variadas interpretaciones: ¿Es una metáfora del exilio, o del advenimiento del peronismo? El, a juzgar por la entrevista*, parece apostar a conservar el enigma, se asume como hombre post psicoanalítico y se reconoce sujeto dividido, portando un inconsciente.
Hay una versión del cuento** que puede considerarse una interpretación particularmente interesante. Es una trasposición espacial del texto, que aprovechando el “miramiento por la figurabilidad” de todo sueño, lo inscribe en un plano de la casa/escenario del sueño y lo va haciendo migrar -al texto-, recluirse, expulsarse del interior, tal como lo hacen los personajes en el cuento.
Metáfora preciosa, podríamos reconocer:
-de la constitución del aparato psíquico y sus clivajes
-del trabajo de la represión y sus fracasos
-del sepultamiento de los objetos originarios y sus goces concomitantes
-de la inscripción del superyo a partir de restos/enclaves de lo exógeno; de su retorno desde un interior constituido por implantaciones internas/externas; del empuje que ejerce – no sin traumatismo- sobre lo incestuoso hacia un destino de olvido (amnesia infantil) y que arroja al yo fuera de sus dominios hegemónicos.
 Superyo que va tomando cuerpo a medida que el tiempo transcurre y, en su vertiente estructurante, se hace ley que regula y abre camino a la exogamia, que divide al sujeto y lo encausa hacia destinos tranferenciantes y sublimatorios ( si reparamos en que los personajes salen de su casa, el soñante despierta, y éste es Cortázar escribiendo el cuento).

Si bien como lector uno no puede dejar de temer y odiar esa presencia siniestra ante la cual el tejido del sueño va cediendo en su lucha hasta que pierde, agradece ese montante de angustia que hizo fracasar el trabajo onírico – el guardián del dormir y la homeostasis- para que los personajes acaben saliendo, Cortázar despierte y nos escriba semejante cuento...

*Entrevista emitida en Canal Encuentro.
**Edición diseñada por Juan Fresán, de 1969.

domingo, 13 de marzo de 2011

Encuentro con Cortázar. Tiempo y espacio en El perseguidor

                Algo en relación a las nociones de tiempo-espacio: ambos tienen relación con la idea de frontera, de límite. Un espacio es tal en virtud de un límite que lo diferencia de otro. De la misma manera, el tiempo supone una construcción hecha de cortes sucesivos a partir de los cuales surge la demarcación que permite situar al  sujeto en un momento determinado. Dicho de otra forma: un momento es en tanto plausible de ser diferenciado de otro que no es. La repetición de lo idéntico caracterizada por la imposibilidad de hacer diferencia entre un momento actual y otro ya vivido deja al sujeto en la perplejidad de lo siniestro.
      
        Esto lo estoy tocando mañana, dice ese Dédée tan amable como temible que Cortázar nos regala. La incertidumbre sobre el futuro angustia. ¿La certeza vuelve loco?  ¿Hay tiempo en la locura?
        Cortazar y el tiempo del jazz. Éste es siempre en síncopa. Dentro del argot musical se habla de tiempos irregulares. Podría pensarse que el perseguidor recoge y hace propia una temporalidad marcada por lo irregular. Dédée está atravesado hasta los huesos por el tiempo del jazz, tiempo vertiginoso y a la vez sutil, hecho de fraseos y escalas alteradas. ¿Está loco Dédée?  Personalmente no lo creo. Fuera del tiempo convencional, él es mañana. Evidencia que lo deja en terreno sabido de antemano, lo acerca a la muerte en tanto es la única certeza que, los mortales,  podemos poner a cuenta del futuro.
        El perseguidor está escrito con una lógica jazzera, compleja. De esta manera, el cuento pone en escena un tiempo diferente al tiempo cronológico. Éste último, es definido por Dédée como un tiempo de relojes, que remite a una visión “escolarizada” de la temporalidad. El tiempo cronológico es el de la historia oficial. Dédée lo desprecia. En algún lugar de su mente él tiene la intuición de un tiempo Otro: tiempo de la subjetividad, que podríamos caracterizar como Lógico:
“…viajar en el metro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando…” Ese otro tiempo es el que procede como una elasticidad retardada. La obsesión de Dédée por los relojes es, tal vez, su forma particular de conjuro contra la muerte: “Entonces un hombre, no solamente yo sino esa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más veces de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana…” Sorprende la paradoja de que nuestro protagonista no tiene otra posibilidad que apelar a una métrica numérica al mismo tiempo que intenta prescindir de la medición cronológica del reloj: “cientos” de años, “mil” veces más…
        Si el perseguidor transcurre en un derrotero de notas trasnochadas, ebrias, irrespetuosas, la ironía está en el abrupto disloque de la sucesión de hechos, en el punto en que mañana se hace cierto dejando de ser mera posibilidad probabilística. Futuro igualado a presente producen el síncope de Dédée, su síncopa. Su perseguidor no viene detrás sino delante. Su perseguidor es un mañana hecho de sueños premonitorios de carácter mortífero.
        A Dédée la música le ofrece la oportunidad de “meterlo en el tiempo” acotando la posibilidad de quedar entrampado en un tiempo sin cortes (“-Por eso en esa casa
-dice en referencia a su historia familiar- el tiempo no acababa nunca, sabes.” Y unas líneas más abajo agrega: “La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo”)  
        Se me ocurre la comparación de que Dédée es al tiempo lo que Funes, el memorioso de Borges, al recuerdo y al olvido, en tanto figuras de lo imposible.
        Casi diría que Cortazar pinta el mar con mar, como el pintor loco (¿?) de Baricco. Pérdida de la distancia figurativa que es a la vez el intento de enmarcar un blanco; vacío oceánico que traga, engulle y vomita. Dónde esta el ojo del mar? – pregunta el pintor. Sin ojo no hay antes ni después ni al lado de. Es su propio ojo perdido en el mar. ¿Está, a la manera de Dédée, pintando el mar mañana? Curioso, o no tanto, que la respuesta venga de un niño, podría decirse, sin edad: El ojo son los barcos.
        Dédée, el pintor, se exilian a su manera. Exilios imposibles, en tanto pierden, de alguna manera las fronteras que demarcan la existencia de un lugar otro. Tiempo y espacio abiertos que borran la posibilidad de hacer-se lugar.
        Al arribar a este punto del escrito, nos surge como imprescindible la noción de diferencia para poder pensar el tiempo y el espacio. Es a partir de ésta que tiempo y espacio pueden dibujarse, tal vez a la manera de superficies, donde habitar. Tiempo y espacio, al indiferenciarse, pueden devenir océanos abiertos.





sábado, 12 de marzo de 2011

PRESENTACION DE ESTE ESPACIO

      Freud sitúa, de una manera simple y despojada de todo tecnicismo teórico, lo que a su entender constituye el fin del análisis como terapéutica: transformar la miseria neurótica en infortunio común. Ahí donde el mal estar en la cultura cobra la forma de exceso de sufrimiento. Idea central de Freud: el acceso del ser humano a la cultura estará marcado irremediablemente por la renuncia pulsional,  el costo a pagar es la neurosis y la constitución del superyo, esa porción de indómita naturaleza.
       Cabe preguntarnos, en un momento en el que se discute sobre la permanencia o desaparición del análisis, acerca de lo que permite diferenciar al psicoanálisis del vasto campo de terapéuticas que conforman el campo “psi”. Para intentar responder este interrogante hecho mano al mismo Freud:
Para Freud el psicoanálisis es:
a-      Un método para el estudio de los procesos psíquicos inconscientes, inabordables por cualquier otro medio
b-      Una terapéutica para la cura de las neurosis
c-      Una teoría acerca de los hechos psíquicos intervinientes

        En la definición lo que aparece en primer lugar es el método, en segundo el análisis como terapia y en tercer lugar una teoría que intenta dar cuenta tanto del objeto, el inconsciente, con sus leyes de funcionamiento, como del padecer neurótico y los resortes de la cura.
         Lo anteriormente dicho permite sostener la hipótesis de que el interés de Freud se asienta más en el método que en la terapéutica. Las neurosis se le presentan como el lugar privilegiado donde eso, el inconsciente, se da a escuchar. Con la particularidad de que hasta entonces, hasta Freud, no había habido una oreja.   Entonces digo que Freud inventa no sólo el psicoanálisis. Freud inventa el objeto del psicoanálisis. El inconsciente es su invención. ¿Antes de Freud existía el Inconsciente?
Considero que no. Considero que existe a partir del acto fundacional que Freud realiza. Acto mediante el cual eso es nombrado, y no solamente nombrado. Eso es escuchado.               El psicoanálisis se constituye a partir de un cierto posicionamiento en relación a la mentira y a la verdad. Antes de Freud las histéricas eran consideradas, dentro de la tradición psiquiátrica, como “simuladoras”, lo cual constituye un deslizamiento de “mentirosas”. Freud sigue las pistas de “esas mentiras”, se deja llevar por ellas (al igual que sobre el final de su obra se dejará llevar por el delirio en “construcciones” escuchando allí otra cosa: el delirio en su particular relación con la verdad) para tropezar con un orden de verdad diferente: lo pulsional mediado por representantes.
        Allí donde lo social, mediante la instrumentación de un saber oficial –el de la psiquiatría- sanciona una mentira, Freud sitúa una verdad, que no será una verdad a priori sino a construir en el trabajo con su paciente.
        Freud sabe entonces que la verdad insiste en la formación sintomática y, en el peor de los casos, en la compulsión repetidora. He aquí la verdad en su faceta de demonio.
        En la definición misma que Freud construye está la respuesta al interrogante que nos planteábamos en relación a la especificidad del análisis: esa especificidad está dada por el método y por el objeto. Ambos participan en una relación de implicación recíproca. Es decir, el inconsciente es producido por el mismo dispositivo analítico.
        Por el lado del método la situación es casi escandalosa: le proponemos al paciente que diga todo lo que se le ocurre sin privilegiar ni censurar nada. Esta situación es absolutamente privativa del análisis. No se produce en ningún ámbito de la vida cotidiana del paciente. No hay ningún otro espacio donde uno diga todo lo que piensa. Salvo, quizás, en los laberintos que construye la psicosis. Como contrapartida nos comprometemos a escuchar de manera parejamente flotante el decurso de las asociaciones del analizado. Es decir, privilegiamos una escucha que ante todo es un dejar en suspenso:
a-       las certezas teóricas
b-       los juicios y pre-juicios, tanto teóricos como personales
c-      el sistema de ideales del analista
d-     las comprensiones anticipadas.

       Entonces, el método consistirá en una apuesta en que allí, en el libre fluir de las asociaciones, el inconsciente del paciente aparecerá entramado en las oscilaciones del discurso, en sus discontinuidades. Si pedimos eso al paciente no puede menos que exigírsenos actuar en consecuencia: nos abandonamos a una escucha “plana”, es decir que no privilegia nada en particular del decir del paciente. Escucha tanto plana como atenta y benevolente.
         De lo anterior se desprende que el inconsciente no tiene una localización en las profundidades del psiquismo sino que está alojado en los hilos lógicos que el discurso del paciente produce. El inconsciente, decimos, está en la superficie psíquica y a partir de allí se realiza la operación que el analista lleva a cabo.
        Ahora bien, siguiendo a Freud hemos situado al método como lo central del análisis, aquello que hace a su especificidad. Cabe agregar que el método necesita de un espacio en donde ser desplegado y que las coordenadas de ese espacio van a estar delimitadas por el encuadre analítico más la abstinencia del analista; o dicho de otro modo: el encuadre es la abstinencia del analista y el método su ética.
        Clásicamente se entiende al encuadre como un conjunto de reglas. Reglas que en definitiva posibilitan un juego. La expresión “contrato” alude a un pacto que regula a ambos participantes del trabajo analítico, a saber: de esta manera se instaura un orden de legalidad que opera como tercero entre los dos del análisis. Obliga y da derechos. Señalando el perímetro que delimita lo que es el análisis  de lo que no lo es. Encuadre: condición necesaria más no suficiente. Si delimita un espacio, la posibilidad de que ahí se instale o no un proceso dependerá de las operaciones que el analista realiza para dar acceso o apertura a la posibilidad de un análisis. Espacio que será, en el caso de la terapia analítica, un espacio pulsional, es decir, sexual.
       Esta apertura que el analista propicia está dada por una serie de movimientos a realizar. A Freud le agradaba comparar el análisis con una partida de ajedrez, en tanto las aperturas y los cierres están más o menos estipulados. Lo demás dependerá de las particularidades del proceso.
Retomo lo anterior: en principio, o en un principio lo que permite el inicio del juego son los rehusamientos del analista. Con esto señalo que hay cosas que aquel que está en lugar de analista rehusará hacer:
Opinar
Hablar o interpretar de memoria
Dar órdenes, dar consejos
Imponer sus propios ideales al sujeto
Discutir medios y fines de la cotidianeidad del paciente.

Lo cierto es que los rehusamientos, la abstinencia no funcionan como imperativo o mandato a seguir sino que están posibilitados por aquello que sostiene al analista como tal, a saber:
El analista se sostiene en principio en su propio análisis, en el conocimiento tanto de sus determinaciones deseantes como de sus puntos ciegos, es decir puntos de su psiquismo no suficientemente elaborados.
En su convicción acerca de la existencia del inconsciente, ésta sólo se adquiere a partir de la experiencia del análisis personal.
En la confianza en el método que implementa y su conocimiento de él.
En el conocimiento de las formas de trabajo del inconsciente.

En relación al tema de la abstinencia del analista, de sus rehusamientos; es decir de su ética, Freud instaba a los analistas a estar precavidos acerca de lo que el llamaba furor curandis. Llamaba a la cautela en relación a posicionarse como salvadores de almas, modelo o ideal a seguir. En una oportunidad, y tal vez un poco alarmado, le escribe a Jung: no intentes curar, limítate a aprender y a ganar algún dinero. Freud era consciente que el camino al infierno estaba sembrado de buenas intenciones. Allí tropezó con el hombre de los lobos.
       El legado de otros nos enseña que la mejor manera de ayudar al paciente no consiste en hacer el bien. Consiste en la aplicación del método: esto es lo que posibilita en el paciente el atravesamiento de su mundo fantasmático y su toma de responsabilidad en relación a las producciones de su inconsciente.
       Ese considero que es el legado más valioso de Freud. La creación de un método destinado al abordaje del inconsciente. Él entendió que el sueño es la vía regia al objeto. En este sentido es admirable la valentía de Freud: hay que situarlo en el ambiente científico positivista de la época. Baste recordar que el destino de Edipo fue arrancarse los ojos. A Freud esta verdad se le impuso y estuvo ahí, inclaudicable y hasta las últimas consecuencias dispuesto a escucharla. En ese punto donde muchos antes que él han naufragado en la locura.
        En este último sentido Freud produce una subversión radical en la cultura occidental: no solo se atreve a afirmar que la conciencia no es el centro de lo psíquico sino que además postula que somos vividos por otra escena, en la cual todos los crímenes –léase incesto, parricidio- han tenido lugar. Allí donde la imagen pura de la infancia se desvanece dando lugar a la idea, tan central como intimidante, de la sexualidad infantil. Escenas y escenarios sexuales infantiles que la neurosis actualiza y cristaliza bajo la forma compulsiva de los síntomas.
         En sus célebres Tres ensayos Freud postula una pregunta que merece, a mi entender, ser considerada en toda su amplitud. ¿Cómo es posible que la humanidad no haya visto la sexualidad infantil? La respuesta es: a causa de la represión operante en cada uno de nosotros. Lo cierto es que lo borrado deja rastros; hizo falta Freud para leer sus huellas.


                                                                                  Conrado Zuliani
                                                                                  Ciudad de México, Marzo de 2011